Mentir
Hace muchos años que sé que no es nada fácil engañar al objetivo de una cámara de televisión. La propia palabra lo dice: objetivo. Es posible lograrlo en una grabación corta; casi imposible en una entrevista larga con planos cortos sobre tu cara. Eso fue lo que le pasó hace unos días a Lance Armstrong. Fue al estudio de Oprah Winfrey con la intención de contestar, eso dijo, todas las preguntas. Lo que no dijo es que callaría verdades y distorsionaría la historia. Es igual, pudimos verlo nosotros: sus ojos, su boca, sus manos, hablaban por él, cuando él no decía toda la verdad o falseaba o callaba lo imprescindible. Así es la fuerza de la televisión; eso fue lo que siempre me fascinó de este oficio.
Mentir durante 12 años es difícil. Es difícil porque te preguntan lo mismo todos los días del año y puedes llegar a volverte loco. Eso creo que fue lo que le pasó a este deportista tramposo. Se acabó volviendo loco, aunque ni tan siquiera lo pareciera.
También creyó que ganando 75 millones de dólares al día, estaba a salvo. Creyó que no haber dado positivo en las miles de pruebas a las que le sometieron, le aseguraba la tranquilidad de un ganador excepcional. El asunto es que creyendo todo eso, se olvidó de que siempre acaba siendo verdad que “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”. Armstrong fue estudiado al milímetro por Travis Tygart, ese abogado deportista tan parecido a Eliot Ness, que se armó de paciencia y de medios hasta que logró demostrar las mentiras y los engaños que había detrás de este ganador de 7 tours de Francia. "Nos hemos centrado únicamente en la búsqueda de la verdad, sin dejarnos influenciar por si es o no una celebridad", y llegó a ella.
Mintió año tras año y la otra noche, acabó pidiendo perdón. Eso es lo que mucha gente habrá pensado, viéndole en la entrevista de Oprah, pero yo prefiero escuchar a David Millar, Michael Robinson y Ana Muñoz, la directora de la Agencia Estatal Antidopaje. Los tres dijeron, en un acto apasionante que se celebró en el INEF, en Madrid, para hablar de la lucha contra el dopaje y la ayuda a los deportistas, que no había dicho toda la verdad, que le quedaba mucho por reconocer, que el camino sería mucho más largo. Tiempo al tiempo. Esto no ha hecho más que empezar.
Por eso, cuando supimos del caso Bárcenas, pensé que, por suerte, con medios de comunicación libres, es mucho más complicado, mentir, engañar, dañar a todos los ciudadanos. Puedes amenazar a un programa de televisión, puedes asustar a un presentador y al productor, pero al final, te dejan desnudo teniendo que explicar cómo lo hiciste. No todos los ladrones acaban pagando; de hecho, son pocos los que terminan entre rejas y menos aún los que devuelven lo robado pero la mentira, no suele ser un buen negocio.
Nuestro país vive tiempos de indignación e incredulidad por la corrupción política y económica. A mí me sirve el caso de Armstrong para confiar en que, por muy poderosos que sean, acabarán en las manos de jueces preparados y tendrán que dar explicaciones de todos sus actos. Todos, absolutamente todos, conocerán la vergüenza y el banquillo. Ahora nos parece que eso nunca ocurrirá, pero antes o después los objetivos de las cámaras nos mostrarán sus rostros y sabremos alguna verdad.
“La verdad os hará libres”, repetía Armstrong la otra noche en televisión. Hay que tener una cara muy dura para citar esas palabras de Jesucristo y seguir ocultando lo que ya todos sabemos que es verdad.