Como una madre
Ayer conocí a
los “miguelitos”. Llegué a casa de Miguel Bosé y encontré a ese hombre que tantas adoramos, convertido en una madre. Trasmite la serenidad de una mujer que ha dado a luz, de una mujer que ya descansa tras todos los esfuerzos y las incógnitas. Su mundo ha quedado encerrado en un espacio donde dos criaturas respiran y cambian. Todo es nuevo pero viéndole afanarse parecería que no ha hecho otra cosa en toda su vida. Les ha dado todos los biberones desde el primer día. Les ha sacado el aire con maestría y mimo. Les observa sin descanso y les ama, por encima de todo les ama.
Esta foto de Lance Amstrong, el ciclista norteamericano, es la que más se acerca a la imagen que me encontré ayer en casa de nuestro Miguel. Todo huele a bebé, todo gira alrededor de dos gemelos que llegaron de lejos para no salir nunca más de una casa donde les esperaban desde hacía mucho tiempo. Miguel quería tener hijos; siempre nos lo dijo. Ahora la ciencia le ha permitido que eso fuera posible. Muchas otras personas desean exactamente lo mismo en nuestro país. Mujeres y hombres que seguirían los pasos que él ha seguido pero que en España aún no está permitido. Hay grupos organizados que buscan legalizar en nuestro país la posibilidad que para Miguel ha sido un hecho: encontrar una mujer que como si de un horno se tratara lleve adelante dentro de si la vida de un óvulo fecundado con el que no comparte ni un solo gen. Esa madre, ese vientre alquilado, ha sido la casa de Diego y de Tadeo hasta que han podido estar en los brazos de su padre. Todo es posible ya, todo es posible para aumentar las opciones del amor y eso no habrá leyes que logren pararlo siempre.
Miguel comprendió, cuando las lágrimas dejaron de nublarle la vista, que aquellos dos hijos pasaban a ser la razón de su vida a partir del 26 de Abril; comprendió que por ellos sí podía dar su vida. Eso que había oído en otros, que nunca había entendido del todo, se le hizo fácil y no solo no le dio miedo sino que le metió de lleno en un espacio nuevo, en un jardín secreto de sentimientos que desconocía. El amor a manos llenas, la felicidad completa.
Los niños son mellizos, no son gemelos; son diferentes, no se parecen entre si, de momento. Uno, Tadeo, es tranquilo, rubito, tiene una boca enorme como su tía Paola y cuando llegué le molestaba el hipo. Miguel me miraba hacer y aprendía. No sabía que solo acariciando el entrecejo se asusta al hipo que desaparece como por magia y deja al bebé totalmente tranquilo. Diego es tragón y comería cada media hora. Tiene más pelo moreno y una naricita que no me dio pistas. Se quedó dormido en mis piernas mientras su padre me contaba toda la peripecia para que ellos llegaran al mundo. Esa historia secreta y callada que solo unos pocos conocían y que lograron que nadie supiera para que todo saliera bien, para que los niños nacieran sin alborotos. Escucharle es emocionante. Escucharle y mirar sus ojos brillantes que te miran y le miran es entender que nadie puede parar esa realidad: el vientre de alquiler llega donde un hombre no puede llegar aunque sea lo que más desea de este mundo.
Algún día les veréis las caritas; algún día Miguel nos enseñará a sus hijos que, de momento, se crían en medio de la paz que su padre ha preparado para ellos y que defenderá como una leona a sus cachorros. Los brazos grandes de Miguel los sostienen y todos sus sentidos los observan cada segundo del día y de la noche. Es un padre que está haciendo lo que siempre quiso hacer.
Tras esa visita me propongo escuchar a las asociaciones que en España tratan de que sea legal lo que Miguel ha hecho real. Os contaré.