Venía del otro lado de España, lo colocaron con mucho cuidado en una cajita de cartón, pusieron la etiqueta con la dirección del que iba a ser su destino y lo dejaron en manos de una empresa de envíos urgentes. Tenía pocas semanas de vida y ya era un ser solitario.
La persona que se ocupó de su traslado tenía la seguridad de que su llegada ayudaría a su amiga a ver la vida con otros ojos. Hubo un momento que a punto estuvo de sacarlo de la caja y olvidar el envío. La que iba a ser su nueva dueña dudaba de si ella iba a estar en condiciones de cuidarlo y atenderlo como siempre había hecho con cualquiera de los animales con los que había vivido. Las circunstancias eran difíciles, eran diferentes. La poca fuerza que le quedaba la utilizaba para sobreponerse a los tratamientos que la estaban sacando del camino del peligro. El precio estaba siendo muy alto pero ella seguía pensando que si aquella era la mejor opción, aguantaría todos los daños colaterales que le llegaran.
En esas condiciones tan alteradas, con un estado de ánimo que bajaba y subía por horas, atender a un cachorro de gatito huérfano, le pareció una cima demasiado alta. No se sintió con fuerzas. Ella había tirado la toalla; fue su marido el que la empujó a dar el sí. Fue él quien entendió a la perfección que aquella criaturita que necesitada de cuidados y caricias, podría llegar a ser, aunque él no acabara de entenderlo, la mejor medicina en esos tiempos difíciles.
Porque a él nunca le habían gustado los gatos, ésa era la verdad. Le pasaba como a mí. Pero como ocurre tantas veces, ahora es el primero que reconoce que esa bolita silenciosa y cotilla con una M en la frente, es el mejor antídoto contra los males que tienen invadida su casa.
Es cotilla, es un gato cotilla, mete el hocico en todos los rincones y cualquier cosa le interesa. Ya se ha quedado encerrado dentro de un armario por estar husmeando donde no debía. Pero su dueña le está enseñando a ser el gato más cariñoso del mundo y eso lo aprende a marchas forzadas.
La foto que hoy os pongo lo dice todo. La recibí hace dos días y tengo que hacer justicia a este animal que llegó en una cajita de cartón con su etiqueta en lo alto. Sus ojos, su nariz, sus bigotes largos y sensibles, su carita toda, me produce tal ternura que entiendo lo que os pasa a todos los que sabéis lo que es vivir con un animal que os quiere y que os lo demuestra todos los minutos del día.
Cuando mi amiga duerme, el gato se coloca a su lado, se pega a su cuerpo y se duerme con ella. Eso sólo puede hacerlo en el sofá del salón, ella no le permite subirse a la cama, pero todo lo demás, es terreno libre para las demostraciones de amor más enternecedoras posibles. Le lame los pies, como en la fotografía, mientras ella lo sujeta como si de un bebé se tratara. Él se deja hacer, se deja hacer de todo.
Los animales, lo saben muy bien los que los aman y los atienden, son sorprendentes.
Los animales son un cúmulo de inmensas sorpresas para los que no estamos acostumbrados a vivir junto a ellos. Los que sí lo hacéis sabéis que su inteligencia, su fidelidad, su capacidad de comunicación con aquellos que los alimentan y los quieren, son infinitas. Estoy segura de que los que leáis este post y tengáis cerca un animal, podréis explicarnos todo tipo de experiencias que nos harán entender su inagotable capacidad de amar, de sentir y expresarse. Me gustaría mucho leeros y compartir esas alegrías y sentimientos con vosotros.
Hoy le dedico mi post a un gato que llegó de muy lejos y trajo la felicidad y la sonrisa a una casa que necesitaba escuchar el maullido de esta criatura cuando más cuesta arriba se ponía el camino de la vida.