Unas gardenias y la Trasmediterránea
Mi tío Miguel Milá las poda por completo. Mi información era que había que dejarlas tranquilas, que llegado el Otoño se acomodaban a sus necesidades y al volver el calor, bastaba con oxigenar la tierra, abonar y con abundante agua, esperar que fueran creciendo esos capullos prometedores. Sus gardenias son las que os traigo hoy aquí. Las suyas han ganado a las mías y, por lo tanto, el próximo Otoño haré caso de sus recomendaciones: la poda será severa.
Las gardenias son las flores más blancas y olorosas que conozco. También he sabido recientemente que tienen unas cualidades importantes para la salud. En este artículo que colgó Josep Pamies en su web, La dulce revolución, podéis informaros.
Otro día os contaré de mi visita a Balaguer, Lleida: una visita que ilustra de tal modo al que la realiza que su vida no vuelve a ser igual, jamás. Pero eso será otro día.
Hoy os hablo de gardenias porque fue el regalo que quisimos dejar mi amiga Montse Raventós y yo, al capitán del barco “Fortuny” y su equipo. Hace 72 horas viajamos de Barcelona a Mahón en ese barco de la compañía TRASMEDITERRÁNEA. Llevábamos un coche cargado hasta los topes. IKEA tenía la culpa. Supongo que alguno de vosotros sabrá de lo que hablo.
Hoy, ya de vuelta, escribo este post delante de la ventana de nuestro camarote y veo, sin cansarme jamás, el mar. No hace sol, hay una bruma de calor, de xafugó, como hubiéramos dicho en menorquín, pero el mar corre delante de mis ojos invariable, prometedor, incansable. El mar, el mar Mediterráneo, mi mar, siempre mi mar.
La tripulación de este barco que he visto entrar y salir del puerto de Mahón cientos de veces, nos ha ofrecido una paella exquisita. Todos han querido compartir con nosotras su tiempo y dejarnos su mejor recuerdo. Fotografías, autógrafos, libros del Bolo firmados; no ha quedado casi nada por hacer...bueno sí: volver, volver cuanto antes.
Es una travesía que dura 8 horas y se puede hacer de día o de noche. En ambos casos es un regalo de paz. Solo puede romperla un viento inesperado, un oleaje despiadado o un cambio de tiempo que mueva el barco en exceso, si no es por eso, el viaje es maravilloso, muy recomendable.
La salida del puerto de Barcelona por la noche y la llegada al amanecer a esa rada de Mahón que conozco palmo a palmo, devuelven la alegría al alma. Si embarcas estresado, sales templado y feliz. Por eso las gardenias que, con sumo cuidado, había envuelto en papel de cocina húmedo en casa de mi madre y metido en una bolsa de plástico para que no se marchitaran, se quedaron en el puente de mando; llenaron de su olor inigualable ese espacio donde se toman las decisiones que afectan a todos los pasajeros.
Hoy, a punto ya de zarpar de Menorca, un grupo de 21 chicos y chicas, supervivientes de distintos tipos de cáncer, han sido invitados a visitar ese lugar si se comprometían a no tocar nada, a tan solo hacer preguntas al capitán y a su equipo. Dos monitoras de una organización modélica: “Desafío Menorca” (www.desafiomenorca.com) les acompañaban. “Si puedes, habla de nosotras, acompañamos a chavales que quieran conocer sitios interesantes, vivir una experiencia diferente, aprender de otra manera”
Hoy lideraban y cuidaban un grupo que venía de luchar contra esa maldita enfermedad que ayer acabó con la vida de una amiga muy querida: Concha García Campoy.
Ell@s han ganado la batalla y sus caras hablaban de alegrías y esperanzas. Nos hemos hecho una foto para recordar un momento muy especial: allí donde dejé las gardenias, hace tres días.
Concha ha sonreído siempre. Sus médicos y enfermeras cuentan que llevó cada día con fuerza y esperanza la lucha contra la leucemia. No se quejaba, caminaba pasito a paso y hacía todo lo que le decían. Cuando parecía que el horizonte ya era claro, tan claro como el que tengo yo ahora delante de mis ojos en este camarote frente al mar, todo ha terminado. Su último whatsapp decía: “aquí sigo, en Valencia, como una fallera, recuperándome bastante bien”
A sus hijos, a su marido, a su familia entera, les envío el mayor de los abrazos, el cesto más lleno de gardenias que hoy pudiera coger de esa planta que mi tío Miguel cultiva con mimo y sabiduría.
Fortuny, el pintor que da nombre al barco que nos lleva a Barcelona, hubiera pintado un cuadro extraordinario de estas flores que os dejo aquí hoy. De momento me conformo con la foto y las disfruto navegando en manos de un equipo humano extraordinario que, por encima de todo, ama su oficio y entrega lo mejor que sabe hacer a un pasaje que deja pasar tranquilo las horas sobre el mar hasta volver a pisar tierra en el puerto de Barcelona. Mahón ha quedado atrás, esperando la vuelta de una servidora que ya está pensando en cómo afrontar un texto que deberá abrir las Festes de Gracia allá por Septiembre. Todo llegará. Todo florecerá a su tiempo como se abren los capullos de las gardenias. Eso espero con el corazón aun tembloroso por mi amiga periodista, por mi compañera.