Sin cobijo
Carlos Mendo escogió vivir en la sierra de Madrid hace ya muchos años. Había recorrido el mundo entero y cuando decidió vivir con algo más de calma, escogió estos montes que hoy os pongo en una foto de la última primavera.
Dicen los que trabajaron con él que era un hombre que te daba cobijo, que era como un árbol frondoso bajo el que siempre podías encontrar certezas. Dicen que los periodistas que aprendieron a su lado, son de los mejores que llenan hoy las redacciones de nuestros medios de comunicación. Dicen que cuando llegaban las dudas, Carlos Mendo tenía las respuestas. Yo no tuve la suerte de trabajar con él pero la tengo de disfrutar a diario de su hija Amparo a la que alguno de vosotros, también conoce bien.
Amparo escribió un libro que un día os recomendé: 'Nadie tan feliz' en Planeta. No sé si tendréis la oportunidad de encontrarlo pero si lo hacéis, no dudéis en leerlo: es un libro que merece la pena recordar precisamente hoy. En él, Amparo habla de la historia de su familia, de las alegrías y dolores del alma que les acompañaron durante muchos años; habla de la fortaleza de su padre, de su cobijo, de ese que ahora ha desparecido para siempre pero que yo estoy segura de que sobrevolará las praderas de la sierra de Madrid, vigilando lo que hacemos.
Quizá lo percibamos analizando la actualidad de nuestro país o de cualquier otro del mundo donde esté pasando algo que importa que se sepa. Seguro que seguirá siendo un hombre libre que, tal como hizo en muchas ocasiones en su vida, abandonará sin mirar atrás cualquier lugar en el que él considere que no se respeta a los hombres.
Nunca fue rico, podía haber ganado mucho dinero y no lo hizo. Su ejemplo es el de un periodista de agencia, de esos que escriben poniendo siempre sujeto, verbo y predicado y sólo les interesa saber lo que ha ocurrido, por qué ha pasado y, si es posible, ponerle cara al responsable para que todos sepamos quién nos ha hecho daño.
Carlos Mendo se ha ido, ha soltado la mano de su mujer que estuvo siempre a su lado desde que era una niña de 16 años. Toda una vida de la mano. Ahora, cuando ya no contará con su cobijo, tendrá que echar mano de esos baúles de recuerdos que le devolverán la imagen de un hombre extraordinario que le ayudará, desde donde esté, a seguir viviendo con rigor, honestidad y bondad, como él hizo siempre. Lo digo con certeza porque trabajo con su hija y compruebo a diario la herencia que aquí deja.
Los prados amarillos de la sierra de Madrid le pertenecen ya para la eternidad.