A veces uno se encuentra agarrada con las dos manos a un clavo ardiendo. Hay semanas que comprendes a los que se encomiendan a todos los santos, a los que ponen velitas encendidas, hacen ofrendas. Hay momentos de la vida en que un refrán puede hacer renacer la esperanza.
Hoy os pongo una foto que hice en Menorca hace varios años. No me cansaré de mirarla: la foto y la puerta en la realidad. Estas puertas que cierran tantos lugares en mi Isla siguen siendo, para mí, tan preciosas como la primera que vi. Madera vieja, inservible, con nudos, con formas. Madera trabajada por manos sabias que utilizan el menor espacio para lograr lo que buscan: cerrar un campo para que el ganado no escape.
Cuando llegué a Menorca por primera vez todas las puertas te permitían la entrada, solo te pedían que las cerraras al pasar, solo eso. Ahora es muy difícil que una finca particular te permita transitar por ella aunque tomes todas las precauciones; han tenido muchos escarmientos. Y es una pena porque cuando atraviesas la isla por los lugares más recónditos, cuando recorres el camí de cavalls que la rodea entera, casi siempre al borde del mar, te das cuenta de lo importante que es que exista, que cualquiera pueda disfrutar de la naturaleza más agreste, más silenciosa, esa que solo se encuentra lejos de la multitud.
Ayer recordé con agradecimiento a tantas personas que durante años lucharon por conseguir que ese camino, esa senda que a ratos es empinada y cuesta recorrerla, fuera de nuevo un lugar para todos. Cuando se creó, siglos atrás, lo era pero el paso del tiempo fue haciendo que ese camino libre, dejara de serlo. Hubo que luchar mucho, pelear mucho, convencer a muchas personas que no veían más que inconvenientes y peligros en su apertura. Pero al final se logró, venció lo razonable y hoy el camí de cavalls es un gran atractivo para nuestra isla. Tanto que hay turistas que vienen a recorrerlo entero, como si del camino de Santiago se tratase y están empezando a demandar algún lugar para pasar la noche, para descansar, para comer. Todo se andará, estoy segura. Todo llegará como suelen llegar las soluciones a los problemas que parecen no tenerlas.
Nunca hay que tirar la toalla cuando quedan fuerzas y los deseos son intensos.
“Cuando una puerta se cierra, Dios abre una ventanita” Eso me dijo ayer una amiga menorquina. Ella sabe que necesito que esa ventanita se abra y vuelva la paz a mi corazón. Cuando luchas durante mucho tiempo por conseguir algo que amas, que te lo han transmitido para que lo cuidaras y lo mantuvieras; cuando lo ves en peligro, te agarras al primer clavo ardiendo que te pongan a mano y deseas con todas tus fuerzas que se abra un resquicio de esperanza por el que poder caminar.
Hoy, a pocas horas de salir para Mongolia, me hace dormir mal la imagen de una vereda llena de maleza que deseo poder transitar. No sé lo que encontraremos en nuestro viaje, pero sí sé lo que me gustaría encontrar a mi vuelta de esos recorridos de bicicleta de montaña que vamos a conocer y espero que disfrutar. Cuando el día 6 de Septiembre, en el balcón del Ayuntamiento, diga el pregón de las Fiestas de Mahón, sería la mujer más feliz de la tierra si una ventanita, por pequeña que fuera, se hubiera empezado a abrir. Compartir soluciones, es empezar a tenerlas. Todos los que sabéis lo que quema un clavo ardiendo, entenderéis hoy este post.