Esta mañana he recibido un sms de mi jefa Ana Bueno: “te mando buenas noticias: Supervivientes Efectivamente han sido excelentes noticias. Estoy segura de que todos los que leéis este blog entendéis perfectamente lo que significa que un programa que empieza tenga tan buenos datos de audiencia. Ese numerito lleva dentro tanto trabajo y tantos sudores que se convierte en el mejor premio para todo el equipo que hace un programa de televisión y que, por lo tanto, aspira a gustar a la gente que lo ve.
En ocasiones he escuchado y leído comentarios despectivos hacia los que trabajamos en este medio por nuestra obsesión por los resultados de audiencia. Siempre trato de explicar que no nos diferenciamos de cualquiera que tenga un negocio que dependa del público. Suelo poner el ejemplo del dueño de un restaurante: cuenta los comensales y los valora uno a uno porque ellos son los que darán sentido a su establecimiento. Nadie compra pescado para que se le pudra en la nevera; nadie quiere ver las mesas vacías y las despensas llenas. A nosotros nos pasa igual.
El equipo de Supervivientes estrenó anoche un inmenso mecanismo que lleva confeccionando desde hace meses. Hacer un reality en una isla desierta es muy complicado. Hacerlo divertido, interesante, atractivo, prometedor, lo es mucho más. Mi compañero Jorge Javier Vázquez se enfrentaba anoche a un mihura. Lo vi tranquilo, contenido durante los primeros minutos pero pasó muy poco rato para que pudiéramos disfrutar de toda la coña marinera que lleva dentro. Sacaba brillo a cualquier situación, logró hacerse entender con los concursantes a pesar de la distancia y de las dificultades técnicas. Logró cambiar hasta sus estados de ánimo. Me gustó mucho Jorge anoche, mucho.
Me gustó todo, debo decir: los concursantes, las ideas que empezaron a brotar desde el primer minuto, las primeras pruebas, la presentadora que vivirá allí con ellos, todo. No hubo fallos y la noche se fue desarrollando con tal naturalidad que eso llegó a contagiar a los supervivientes que fueron naturales en todo momento.
El increíble protagonismo en negativo de Aída Nízar y sus proclamas a los espectadores atravesaban todas las barreras y te dejaban pegada a la pantalla. Cada concursante igualado a los demás por ese bendito barro que los trasformaba, fue auténtico y eso en el primer día de un concurso, vale oro.
Raquel Sánchez Silva puso el listón muy alto cuando fue la primera en tirarse del helicóptero y llegar nadando a la perfección a la playa. Ese salto demostró hasta qué punto está implicada en el concurso y, claro, eso atrapa a los que lo estamos viendo.
En el plató se podía cortar la tensión que Jorge iba solventando con buen humor y comentarios incisivos de los que no se salvó nadie. Creo que todo el mundo se dio cuenta de que el presentador tenía toda la autoridad que el programa requería y eso hizo que todos sacaran lo mejor de sí mismos. La madre de Aída aún debe estar pensando si lo hizo bien o mal y la cuñada de Rosa Benito sigue teniendo las manos sudadas de miedo. Todo se fue encarrilando e incluso la colaboradora de Sálvame superó su terror y se tiró al agua. ¡Enhorabuena!
Cuando esta mañana he conocido el dato de audiencia me he llevado una gran alegría; ese dato allana el camino de muchas personas y tiñe a muchos programas de un maná que les ayudará a ser rentables y así seguir manteniendo el trabajo de muchas personas.
Desde estas líneas mando mi felicitación a la productora Magnolia, a todos los compañeros de Telecinco que son responsables de Supervivientes, a las familias de los valientes concursantes, a los que se han ido a sobrevivir en unas condiciones que enseguida empezarán a ser muy complicadas, a Isabel Pantoja por ese Kiko simpatiquísimo, a Fernando el regidor del plató al que adoro, a Aída por no haber cambiado un ápice y a Jorge Javier porque está viviendo momentos dulces que merece por un trabajo impecable. Un abrazo bolero a todos por esta obra bien hecha.