Debajo de ese amasijo como si de un inmenso sandwich club se tratara, buscaban a un padre, una madre y un hermano. Esa fue la única casa que destruyo por completo el terremoto de Lorca del pasado 11 de Mayo. Era una casa nueva, solo tenía 6 años pero se vino abajo y arrastró con ella a tres personas que supieron ese día lo que era el terror. Fuera, quizá uno de esos que intenta arrancar vida a los escombros, quedaron dos hijos más del matrimonio. Al final todos tuvieron suerte; todos pudieron volver a abrazarse y empezar a creer en los milagros. Los he conocido y los he entrevistado.
El Miércoles de la semana pasada estuve en Lorca con el equipo de ‘Diario de’. Acudimos porque nos pidieron ayuda. A la redacción de nuestro programa habían llegado varios e-mails denunciando incumplimientos.
Cuando la ciudad tembló y se vino abajo, los lorquinos sintieron el apoyo y la solidaridad llegar de todos los rincones del país. Escucharon promesas y creyeron que aquel horror tendría un final de esperanza.
Lorca perdió en Mayo el 30% de sus comercios. Todas sus Iglesias quedaron inservibles. La mayoría de sus edificios, dañados. Los pájaros huyeron de la ciudad que quedó escondida en los escombros. Las emergencias funcionaron y nadie sintió que se le abandonaba. Todo eso sucedió hace cuatro meses; ahora la decepción tiñe las calles de Lorca y el miedo está empezando a aposentarse entre sus ciudadanos.
A día de hoy las ayudas prometidas no llegan. A día de hoy los miles de euros entregados generosamente por cientos de miles de personas, no acaban de aportarse a la reconstrucción de casas y comercios. A día de hoy los estamentos políticos que tienen la llave del dinero, siguen discutiendo en comisiones interminables cómo hacer para que todo se haga bien pero nada se hace.
La paciencia empieza a acabarse. Ni su Alcalde se salva de esa enfermedad. Cuando le entrevisté, me encontré a un hombre harto de escuchar excusas que no puede seguir repitiendo, excusas que han envejecido y a nadie sirven ya. “Mi pueblo tiene que recibir lo justo como cualquier otro lugar que haya sufrido una emergencia semejante, recibe. He abierto todas las puertas, he hablado con todos los responsables, nuestra paciencia se está acabando”.
Lorca pide socorro de nuevo; era previsible. Cuando el terremoto destruyó todo lo que pudo, la ciudad se llenó de gente dispuesta a arrimar el hombro, a explicar lo que allí veían; pero los meses les han ido dejando casi solos y un vecino me contó que deberían cambiar el nombre de una calle en la que se fotografiaron todos los políticos que les visitaron y llamarla “Avenida de las promesas incumplidas”. ¿Por qué cuesta tanto pasar de las palabras a los hechos cuando todo está tan claro?