Acabo de leer en Internet una oferta turística que me ha revuelto el estómago. En Alemania ofrecen por 44 euros la noche estancia en un hotel que en la guerra mundial fue cárcel nazi. En ese lugar siniestro sufrieron y murieron cientos de personas perseguidas por Hitler. Hoy, sus dueños, tras reconvertir el edificio en hotel dan a sus clientes la oportunidad de sentirse como se sintieron los prisioneros; les visten igual; les dan la misma comida y llegan al extremo de organizarles una “fiesta en prisión”. El texto da asco al leerlo porque, entre otras cosas, se permite hacer bromas: “lo único que no se recrea es la muerte”.
Por mucho que leo sobre las guerras mundiales, por muchos textos y testimonios que caen en mis manos, no logro entender cómo se pudo llegar a aquello. Pocos han podido llegar a entender qué ocurrió con los hombres y mujeres que colaboraron con aquel sufrimiento tan extremo, tan cruel , tan por encima de cualquier refinamiento sangriento. Saber que habrá personas que acudirán a ese lugar a pasarlo bien me resulta incomprensible, me da asco. Como tampoco entiendo que les permitan que una cosa así pueda suceder. Los alemanes han purgado durante muchos años, lo siguen haciendo, aquellos hechos y tienen mucho cuidado de no caer en ningún error que los recuerde. Este hotel-prisión es una afrenta intolerable para los familiares de todos los que vivieron y murieron en tantos rincones de aquel país; nadie tiene derecho a utilizar su brutal biografía para hacer un espectáculo turístico. Estas ramas negras que anuncian una tormenta destructora son la imagen que más me acerca a este despropósito.
Tengo la esperanza de que les clausuren el negocio.