Lo que amo y lo que odio
Llegados a este punto de la vida, me paro dos minutos y aprovecho un cumpleaños especial. Cuando se cumplen 60 años se tiene ya una idea aproximada de lo que uno ama y lo que odia. Todo dicho con cierta ironía pero con bastante sinceridad.
El 5 de Abril cumplí 60 años; tuve esa suerte.
Esta foto que cuelgo hoy en este post tras tantos días sin dar señales de vida, es muy significativa para mí. La foto está hecha una mañana que había soñado que llegara, durante casi dos años. Cuando me rompí la rodilla temí que nunca más volvería a esquiar. Me propuse conseguirlo antes de tener 60 años; de hecho me propuse cumplirlos sobre unos esquís.
Mi cara expresa toda la felicidad que el pasado 5 de Abril tenía cuando mis amigos me regalaron esta camiseta por mi cumpleaños. Fuimos a celebrarlo a la estación de esquí de Val Thorens, en los Alpes franceses. Mis amigos consiguieron que fuera un día muy feliz.
Odio, y aquí empieza mi lista de amores y odios, las fiestas sorpresa. He organizado muchas a lo largo de mi vida y he llegado a la conclusión de que es más divertido para el que la monta que para el o la que la recibe. Por suerte nunca he pasado por ello.
Amo las sorpresas. No creáis que es una incoherencia, para mí no lo es. Una sorpresa, una sorpresa pequeña, es un signo de amor. Una pequeña sorpresa manifiesta un interés porque para lograrla hay que pensar en la otra persona, dedicarle tiempo. Sorprendes si conoces, sorprendes porque sabes cómo respira la otra persona. Eso fue lo que mis amigos hicieron conmigo. La camiseta fue el principio de una sorpresa que duraría todo el día de mi cumpleaños. Esa M, ese 6 y ese corazón, fueron el 'leit motiv' de un camión lleno de gestos, de recuerdos y de cariño. No podía soñar nada mejor.
Amo la montaña, amo la nieve, amo el deporte y por encima de todo, amo esquiar. Mi padre nos enseñó desde pequeños y sigo dándole las gracias por tantas horas de paciencia y de felicidad.
Odio el ruido, la música en los restaurantes y en las tiendas, el olor a frito con aceite viejo, a pies y a sudor; odio que la gente tire papeles en la calle o colillas desde sus coches. Odio lo guarros que somos con las cosas de todos. Odiaba el olor a tabaco en los locales cerrados pero eso ya ha desaparecido en nuestro país y ahora amo en lo que se han convertido bares y restaurantes. Amo a los fumadores que han sido capaces de respetar la Ley y que se han amoldado al bienestar de todos con una facilidad que nadie preveía, les doy las gracias de corazón por ello.
Amo llorar de felicidad. Eso fue lo que consiguieron mis amigos a 3.200 metros de altura, rodeados de nieve en plena primavera. Me regalaron algo que me hizo llorar de emoción, que tocó de verdad mi corazón, que fue, como diría mi amigo Miguel Ríos: directo al corazón.
Ya soy una señora de 60 años pero odio que en los aviones o en los restaurantes me llamen señora. Lo odio. Amo que me traten de tú. Pero, es inevitable, soy una señora de 60 años. Me siento privilegiada porque ninguna de las mujeres de mi familia llegaron a los 60 años esquiando decenas de kilómetros en un solo día tras haberse roto la rodilla. Me siento más privilegiada aún porque logré esquivar una operación que todos consideraban inevitable; todos menos Menchu Sacristán y su hermana Paloma. Amo a las hermanas Sacristán.
Odio a los médicos que quieren meter a la gente en un quirófano casi sin pensar dos veces en las consecuencias de una intervención innecesaria. Amo las manos de mi doctora que trabajando mi tejido conjuntivo me ha devuelto la fuerza para colocarme unos esquís y gozar sin parar el día de mi 60 cumpleaños como me había propuesto.
Odio hablar por teléfono pero amo los móviles. Aquel día me regalé a mi misma escuchar el silencio de las montañas y no contestar ni una sola vez mi teléfono móvil. Dejé en el contestador un mensaje que decía que estaba cumpliendo un sueño, que no tenía cobertura, que podían dejar mensajes, si querían. Cuando me paré a escucharlos, me abrumaron; necesité varias horas para oírlos todos y contestarlos: todos habían entendido que un sueño no puede ser interrumpido y el móvil fue mi perfecto secretario durante todo el día de mi 60 cumpleaños.
Amo escribir listas de cosas que amo y que odio. Hoy no voy a alargarme más; tenemos toda la vida por delante. Hoy sólo quiero deciros que ese corazón que pintaron mis amigos en la camiseta roja tiene sitio para todo el que quiera estar en él. Aquí me tenéis de nuevo con las pilas cargadas y la ilusión intacta. La montaña tiene eso: es el lugar perfecto para recargar las pilas de la vida.