Hoy han vuelto a hablar. Han escogido este Domingo de final de un verano que no querríamos que acabara porque nos da miedo lo que pueda traer el Otoño y han hablado. Esta vez lo han hecho en una cadena de televisión de prestigio pero ni eso les va a servir de mucho. Aunque ya han comenzado las reacciones habituales, prácticamente nadie les concede el mínimo crédito. Parece como si nos cogiera cansados, completamente incrédulos.
Casi a desgana todos hemos repetido el mismo ritual de las veces anteriores. Pero hoy hay una novedad: sus caras se esconden detrás de pañuelos dorados.
Es tan grande el escepticismo que me provocan sus palabras que me he fijado sólo en el color de ese pañuelo. Como si se tratara de un símbolo, han escogido el oro. Ese detalle me hace pensar en que alguien, uno de ellos, habrá comprado esos trozos de tela, habrá decidido que sean dorados, habrá recortado los agujeros de los ojos, los habrá anudado a sus cabezas y ni por un momento se habrá dado cuenta del ridículo que hacen unos terroristas planteando una tregua o lo que sea, detrás de un pañuelo de oro.
Mi foto hoy refleja mi estado de ánimo al leer en Internet la noticia que ha vuelto a poner en marcha ese mecanismo que debería ser de esperanza pero que nunca ha funcionado; esa cara grita el escepticismo que yo siento. La cara de este hombre que fotografié en un pueblo de Castilla me representa. Su gesto no tiene desperdicio para mi. Ni su cara, ni su mirada invisible pero transparente, ni sus pies, ni su mano sujetando la cachaba y esa americana que le cubre casi por completo.
Cuando hoy he vuelto a ver la foto buscando ilustrar este post de los pañuelos dorados, he sentido que me reflejaba en él y por eso está aquí aunque parezca que nada tenga que ver con el tema que os traigo. Este hombre que jamás se percató de que le fotografiaba, nunca sabrá hasta qué punto me ha servido para identificar mi estado de ánimo de este Domingo de Septiembre frente a un titular que ya no permitimos creernos.