Paciencia infinita
Tengo curiosidad por saber si alguno de los que leéis este bolo sois aficionado a los pájaros. Lo digo porque necesito compartir algo tan sencillo y tan, aparentemente, nimio como el nacimiento de unas crías de canarios.
Ayer supe que la paciencia infinita de mi canaria naranja, la que está en el palo de arriba en la foto que os pongo, había dado su fruto. Aun no los he visto, pero algún leve signo he escuchado que me indica que están en nuestro mundo.
Hacía muchos días que ella no abandonaba el nido. Sólo lo hacía un ratito por la tardes para estirarse, airear sus plumas, picotear en la comida y asearse, sí, aunque os choque yo diría que usaba el recipiente del agua para asearse. En esos ratos, muy cortos por cierto, el macho la sustituía y los huevos no perdían calor.
Tengo una inmensa curiosidad por ver a esos pajaritos recién nacidos. No sé cuáles son los trucos para que vivan sanos y acaben cantando tanto como lo hace su padre. Como tampoco sabía que cuando se estaba gestando su existencia el macho dejaba de cantar y estaba a lo que estaba. Muchas veces pienso que pocas cosas importantes de la naturaleza nos enseñaron en el colegio; muchas veces me encuentro releyendo a Miguel Delibes para comprender lo más sencillo.
No sé si sabéis que los aficionados a los pájaros son un grupo muy numeroso de personas que se encuentran en lugares en los que se les permite competir e intercambiar conocimientos. La última vez que los vi fue en un monte y paré la bicicleta llena de curiosidad. Los llevan en jaulitas pequeñas, tapadas con telas discretas que tan sólo descubren cuando llega el momento de competir por el máximo premio. Hay jueces, hay organización y federación, hay prohibiciones y en muchas ocasiones hay manga ancha. El día que los encontré observé que la policía compartía charla y bocata con los que vendían cepos y toda clase de utensilios para atraparlos. Reinaba la paz y ellos cantaban. Hasta ese día nadie me había explicado que está prohibido poseer un jilguero, que es un pájaro protegido. Los míos, de todos modos son dos canarios; dos canarios que mi padre compró en una tienda de Esplugas a Julián, un gran aficionado a los animales que ha logrado hacer cantar el himno del Barça a un loro que tiene en su tienda.
Mis canarios andan con las faenas propias de los padres primerizos. Me recuerdan a Guerrita, compañero de "Diario de..." para el que el mundo ha pasado a ser la sonrisa de su hijo Álvaro. Si fuera posible fotografiar la felicidad, este muchacho y su mujer María, serían el mejor ejemplo.
Compartir el cuidado de unos pájaros con mis boleros es algo que no entraba en mis planes, pero ya se sabe que este lugar tiene mucha magia, como decís vosotros y cualquier cosa puede ocurrir.
Espero vuestros sabios consejos.