Después de mucho pensar y valorar que país y que hoteles serían mi próximo destino, no pude más que decidirme a ir a este lugar caribeño relativamente desconocido para el turismo español.
Siempre me había llamado la atención Belice, muchos amigos habían estado allí y me contaban lo maravilloso que es. Para los aficionados a hacer “buceo” como una menda, es un lugar espectacular, pero en eso entraremos en un ratito. Tras ocho horas de vuelo incluyendo una escala, llego al aeropuerto de la ciudad de Belice. De ahí tengo que coger un taxi que me llevará al puerto donde tendré que montarme en un barco que me llevará a San Pedro, que es una ciudad de la isla Ambergris Caye. Belice, es el país de Centroamérica menos poblado, solamente hay 350.000 personas. En San Pedro hay unos 16,000 habitantes, el resto de la isla de Ambergris Caye, son básicamente pequeños hoteles y alguna que otra casa, o bien humilde o casoplón.
En San Pedro los habitantes hablan principalmente inglés, que es el idioma oficial, también español (aunque no todos) y creole o también llamado “broken English”. Creole es básicamente un inglés que los esclavos utilizaban comiéndose sílabas para que los blancos no les entendieran. Siguen manteniéndolo a día de hoy. Cuando llegué un oriundo me intentó explicar cómo funciona, y la verdad es que para el final del viaje pillaba alguna que otra palabra. Pero tiene su intríngulis.
Llegar San Pedro desde Belice City, se tarda una hora y media (hay una parada técnica en Caye Caulker), tengo que coger otro barquito hacia mi primer hotel. A estas alturas la verdad es que no se si estoy en Belice o Puebla de Sanabria. Llevo tantas horas de viaje que o me meto un cóctel entre pecho y espalda o me caigo redonda de cansancio entre los beliceños. Portofino Hotel es mi primera parada, me viene a recoger un chico a San Pedro llamado David que de repente me dice: Bienvenida Srta. Gamazo! Me entra una estupefacción tal que no tengo más remedio que preguntarle. ¿Cómo sabes que soy yo la Srta. Gamazo?. El chico me dice: ¡Porque he visto sus entrevistas con famosos!. En este punto me tiene que dar la risa tonta, obviamente me he estado mandando emails con empleados del hotel y siempre aparece el link de mi blog. Pero por favor, no me juzguéis, después de tantas horas de viaje mi cerebro o mejor dicho, mis neuronas como dice el gran Punset, están fritas.
Por fin, madre de Dios! Ya estoy en el hotel Portofino, está más o menos a 20 minutos en barco de San Pedro. Nos recibe Sabdi (al parecer un nombre bíblico cuyo significado se me transmitió en su momento pero mi memoria no retuvo). Me enseñan donde me hospedo. Es la planta baja de una casita muy requetemona. Tiene dos habitaciones, una cocina, salón y un porche con un columpio para dos de los mas chic. El hotel tiene una piscina y está al ladito de la playa, solo cuenta con diez habitaciones, es lo bueno de esta isla, está muy poco explotada y todos los hoteles son chiquititos y no pertenecen a ninguna cadena. Tienen kayaks gratis para uso de los huéspedes, ¡qué ilu!. El personal es de lo más amable. Durante la cena Nick, el manager del hotel, se sienta conmigo un rato para hablarme de lo maravilloso que es Belice. Se me pasó por la cabeza al principio que me iba a dar la brasa durante toda la velada y me entró un poco de bajonazo. Entre el cansancio y las picaduras de los moquitos que ya habían empezado su batalla personal contra la que esto escribe lo único que me faltaba es un tipo que no parara de hablar. Sin embargo me estuvo contando cosas muy interesantes sobre este país tan desconocido, lo maravilloso de su fauna, sus ciudades coloniales como San Ignacio y la ruinas mayas que están repartidas por casi todo el país. Me puso al día de como se fundó la nación, pero no os voy a aburrir con ello porque siempre tenéis la Wikipedia a mano. En el momento que llegó mi comida me saludó amablemente y me dejó tranquilita.
Al día siguiente, me dirijo a bucear a Mexican Rocks con Roberto, un beliceño que parecía en un principio Pitufo gruñón pero que al final resultó ser bastante agradable. La cantidad de peces que vi fue espectacular, el agua clarita, no había casi nadie en la zona, aparte de otra barquita con un solo tripulante. En Ambergris Caye, aparte de disfrutar del mar y del sol no hay mucho más que hacer, bueno si, ponerte ciego a beber en el bar del hotel pero eso siempre acaba mal. Relax, submarinismo, buceo y repanchingarse al sol son las actividades a disfrutar. Tras dos nochecitas en Portofino (el nombre se lo han puesto sus actuales dueños Jan and Sandra Van Noord de origen holandés), me dirijo a otro hotel en esta islita tan mona a la que Madonna le dedicó su famosa canción La Isla Bonita.
Mi próxima parada es Victoria House. Está hacia unos 15 minutos al sur de San Pedro. El hotel pertenece a un tipo de Tejas, como en casi todo Ambergris Caye, el turismo es primordialmente americano y en este hotel en particular aún más. Su diseño arquitectónicamente hablando se da un aire a una plantación del sur de EE.UU. Quizá el hecho de que el dueño sea de Tejas tenga algo que ver en todo esto. Tiene dos piscinas, habitaciones y casitas individuales con dos y tres habitaciones y su propia piscina privada. Al llegar me recibe Manuel, un beliceño muy majo que me explica todo sobre el hotel. Una vez asentada me voy al “infinity pool” a tomarme una piña colada bien merecida. Tras un rato de descanso me aventuró a dar un paseo por la playa. Se me ha olvidado mencionar que cinco días antes de llegar hubo un huracán, es temporada baja, precisamente por esto, lo precios son más asequibles pero corres el riesgo a salir volando con hamaca incluida. Por lo visto este ha sido solo de categoría 1 por lo que no hubo víctimas mortales, aunque la mayoría de los muelles que están construidos de madera se volaron, no en su integridad pero si parte de los mismos. Por este preciso motivo las playas se encontraban un tanto llenas de restos del huracán, plásticos, trozos de madera, bolsas… un poco triste, teniendo en cuenta lo dañino que esto es para la vida marina. Bueno, no vamos a ir por este camino porque entonces nos echamos a llorar y no es plan que estoy de vacaciones.
Al día siguiente me voy en catamarán a hacer snorkeling de nuevo. Paramos en la reserva marina Hon Chan. La experiencia es un poco peor que en Mexican Rocks, esto ya es un poco más el Disneylandia del buceo. Hay varios barcos y mucha gente por lo que le quita interés al asunto. La siguiente parada es para ver a los tiburones nodriza, unos tiburones de lo más majicos y tranquilos que suelen dormir por el día en el fondo y alimentarse de noche. Para mi sorpresa, los que llevaban el catamarán les empiezan a tirar pescado, una práctica conocida como “chumming”. De repente ves unos treinta de golpe al lado del barco. Esta costumbre, no es nada recomendable, pero se hace porque es un reclamo turístico. Desgraciadamente la gente no entiende que con estas prácticas desequilibran el ciclo natural de estos animales. Ellos deben consumir sus pequeños moluscos, algas y pececillos, son cazadores, de esta forma se interrumpe su ciclo y dejan de aprender a cazar por si mismos acostumbrándose a que les alimenten los humanos. Una pena, porque los puedes ver igualmente aunque no en esas cantidades durmiendo plácidamente en el fondo del mar que es relativamente poco hondo. Como gran amante de los animales que soy me lanzo sin pensarlo al agua con mis gafas de bucear para poder verlos, la verdad es que son tranquilos aunque algunos tienen un tamaño bastante imponente que te hace tragar saliva, más que nada por la horrible reputación que la película Tiburón ha traído a esta pobre especie que en muy raras ocasiones ataca a los humanos, mientras que nosotros matamos millones cada año. ¡Qué injusticia!
El catamarán hace la siguiente parada, en esta ocasión no para bucear sino para visitar Caye Caulker, una islita aún más pequeña que Ambergris Caye, te la puedes recorrer en 20 minutos ya que tiene una extensión de 8 por 1.6 km. Se puede apreciar como viven los beliceños, son tranquilos, de trato agradable y se toman su tiempo, algo que no es de extrañar porque con la humedad y el calor que hace no se ni como tienen el valor de dar dos pasos seguidos. Aquí debajo en la foto podemos ver a uno trabajando duro. Fuera de bromas lo cierto es que justo al lado del señor de la foto había unos ocho chicos trabajando a planeo sol quitando restos del huracán de la playa mientras sudaban la gota gorda.
En Caye Caulker conozco a Amado Watson, que tiene un negocio de snorkeling y submarinismo cuyo lema es cuidar el mar. Según afirma los demás no lo respetan. Me voy con él al día siguiente a bucear, me lleva a sitios donde no vemos otros barcos, buena señal, y entre buceo y buceo se le escapa la mano más de una vez (pero que atrevidos son estos lugareños). Ha quedado prendado de mi, me llama “la güera” y “mi amor”, jajaja, ha sido llegar y besar el santo. En una de las paradas vemos lo que todo el mundo espera ver y pocos consiguen, una tortuga, según Amado de unos ochenta años. El animalillo nada calmado sacando la cabecita de vez en cuando para respirar. Solo por esto ha merecido la pena mi viaje a Belice.
Mi última parada es realmente un sueño hecho realidad. Me dirijo a Cayo Espanto, una isla privada. El dueño es un americano de Atlanta llamado Jeff Gram, que compró la isla, que en su día solo tenía un cocotero en el medio, para convertirla en uno de los hoteles de lujo más estupendos que he visto. La isla consta de siete casitas privadas, con su propio muelle, piscina y personal para atenderte. Cuando llego en la barquita que me ha venido a recoger a San Pedro, todo el servicio me está esperando para darme la bienvenida. ¡Madre mía!, ahora se lo que debe sentir Letizia. Al parecer esta bienvenida tan calurosa acompañada de un cóctel de tu elección se la hacen a todo el mundo, pero claro, también hay que tener en cuenta que todo el mundo son gente de mucha pasta, y muchos muchos famosos entre los que se encuentran Robert de Niro o Michael Douglas. De hecho uno de los trabajadores me comenta que Leo DiCaprio se ha hospedado allí y que junto al dueño están pensando crear algo similar muy cerca con toque ecológico, muy a lo Leo. Cuando veo la casita por dentro casi me caigo de espaldas, ¡pero que lujo!, pero lujo con estilo, no del horterilla. Rosita que es una señora dulce y muy requete mona me explica todo y me comenta que me van a hacer un tour para que vea todas las casitas. Mientras tanto me han puesto un aperitivo con una botella de champán francés, en este momento ya estoy empezando a dudar si realmente me han confundido con Letizia, ay madre cuando se den cuenta que no soy la reina de España, verán que peso más y digo muchas más palabrotas, aunque si me pongo un modelito chulo de Zara lo mismo cuelo. No quiero que se acabe este sueño, por favor que nadie me pellizque. Viene el chef personalmente a explicarme las opciones que hay para la cena y me pide muy educadamente que elija lo que sea más de mi agrado. La cena me la preparan en otra de las casitas a la luz de la velas, ahora es cuando me doy cuenta que Leo Di Caprio debería aparecer, más que nada para aprovechar bien la noche, pero desafortunadamente creo que esto no estaba incluído, ¡merde!
En este mega resort de mega ultra lujo existe hasta un helipuerto y os juro que estando allí vi a una familia aterrizar como el que se baja de la parada de metro, como si tal cosa. Yo mientras tanto tomando el solecillo, bebiendo mis cócteles y metiéndome en el mar. ¡Qué vida más dura! Pues si, la verdad lo es, porque tras todos estos excesos llega la cruda realidad y me tengo que volver a Los Angeles. Se juntan todos los empleados de nuevo en el muelle para despedirme, ains que penilla. Mis sueños de ser reina se van desvaneciendo mientras se aleja el barquito. Sniff! Hasta el próximo viaje.