Napa, al rico vino!
Napa es probablemente la denominación de origen vitícola más famosa de EEUU. Es un valle situado a una hora y media al norte de San Francisco. Se puede acceder por el famoso Golden Gate o por el puente de Oakland. A diferencia de lo que uno puede creer por su gran reputación, Napa solo produce el 5% del vino californiano, lo que explica el elevado precio de sus vinos en comparación con otras zonas de California.
Mi primera parada es en St. Helena, una ciudad al norte de Napa con una población de unos 6.000 habitantes. La ciudad basa principalmente toda su economía en el vino y los restaurantes. Es una calle principal con tiendas de comestibles, plantas, decoración, un poco con la distribución de los viejos pueblos del lejano oeste.
La primera noche la paso en un boutique hotel llamado Wydown, situado en el 1424 Main st, la calle principal de St Helena. Este encantador hotel abrió sus puertas en el 2011 de la mano de Mark Hoffmeister. Es un edifico restaurado de doce habitaciones decoradas con un exquisito gusto, la estancias son amplias y cómodas. La experiencia de pasar la noche en un hotel pequeño, cuidado y con un diseño exquisito es sin lugar a dudas una sensación de lo más placentera.
Lo principal a hacer en St Helena es comer y visitar bodegas. Antes de pasar la primera noche en Wydown Hotel ceno en el restaurante Farmstead. Situado en rancho Long Meadow. El restaurante produce su propio vino, aceite de oliva, miel y se abastece de fruta y verduras también cosechadas en el rancho, toma ya! Esto no se encuentra demasiado a menudo. Pocos restaurantes tienen acceso a esto y eso se nota en la calidad de la comida que sirven. Es lo que en EEUU se denomina menú “Farm to Table” (del campo a la mesa). Farmstead está construido sobre un viejo granero mezclando toques modernos con rústicos, me siento como una conquistadora del lejano oeste a falta de un John Wayne a mi vera, bueno tampoco es que John Wayne estuviera para tirar cohetes, así que no me voy a quejar. Me atiende un camarero de lo más atento, no agobiante, como ocurre en ocasiones en algunos restaurantes americanos donde te dan tanto la tabarra para que les des una buena propina que resulta cansino, sobre todo cuando tienes la boca llena de comida y te preguntan que tal todo. Obviamente todo estaría mejor si no me forzaran tragar de golpe el gurruño de comida que tengo en la boca y verme obligada a tragar para decir que todo muy bien. Arrgggh! Gracias a Dios en Farmstead no me ha pasado porque con los gnocchi vegetarianos tan espectaculares que me traen no me hubiera dignado a tragarlos de golpe, esta maravilla no se puede desperdiciar. Ni que decir tiene la alcachofa a la plancha o la ensalada de remolacha con burrata. Cuando llega el postre mi estómago está ya al límite pero ese sorbete de lima suena la mar de tentador. Como pensaba, no me decepciona, al revés es de una sutileza excepcional. Ale, ya estoy. Ah, que no! Veo al camarero con una sonrisa en los labios trayéndome una tarta de lima para que la pruebe de parte del chef, y yo como en el anuncio de bombones me lanzo, porque hoy es hoy! y me la meto ente pecho y espalda. Me han debido adivinar mi debilidad por los cítricos. Le digo al camarero que cuando pueda me traiga un colchón que ya me quedo allí a dormir. Me he pasado comiendo pero en esta ocasión, creo que ha merecido la pena.
Despierto en mi súper habitación del hotel Wydown. Ahora llega el momento de darse a la bebida y comenzar la visita a las bodegas, donde una tiene que exagerar sus conocimientos vinícolas para no quedar como una gañana. Gracias a Dios que me gusta el vino, y aunque estoy muy lejos de ser una experta me defiendo a lo gato panza arriba.
Mi primera cita es a las diez de la mañana, quizá un poco demasiado pronto para empezar a beber vino, sobre todo porque aún tengo el croissant y el café con leche de almendras de camino al estómago, pero soy una profesional y si hay que beber, se bebe.
La primera bodega se llama Crocker & Starr Wines. Me dan a probar un cabernet franc del 2013 que vale la friolera de 80 dólares la botella, y un sauvignon blanc del mismo año con un precio de 35. Sólo producen cuatro tipos de vino, Cabernet franc, Sauvignon blanc, Malbec y Cabernet sauvignon Una de las razones para este precio que a los españoles, acostumbrados a costes más asequibles puede sorprender, es el hecho de que es un viñedo muy pequeño y la producción es ecológica. Napa, a diferencia de lo que la gente pueda creer, solo produce el 5% de todo el vino californiano por lo que el precio no puede ser precisamente barato, el alcohol empieza a hacer mella.. Casi todos los viñedos en St HelenaLa ventaja es que son de tamaño mediano y pequeño por lo que cuidan mucho la calidad. En el caso de Crocker & Starr Wines toda su producción es vendida a restaurantes y a miembros de su club. Tienen vendida ya por adelantado la cosecha del pasado año. Josh, la persona encargada de darme a probar los vinos, se dispone a abrir la botella de cabernet franc con un utensilio que mis ojos no habían visto antes en mi vida. Es un artefacto que a través de una especie de aguja gorda inyectan gas argón a la botella, saca la medida justa de vino para probar impidiendo que el vino se estropee si no se consume en seguida. En principio parece una idea brillante, y seguro que lo es, pero cuando me dispongo a oler el vino me llega un tufo como a azufre que echa para atrás. Josh me explica que es debido al argón y que en seguida desaparece. Pues habrá que creerle. El vino sin duda está muy bueno, ahora , no se si estoy muy de acuerdo con el abre botellas insuflador de argón. Entiendo que el vino se pone malo pero, yo estaba ahí dispuesta a acabármela si hacía falta.
Mi segunda parada es Clif Family Winery. Aquí me recibe Mike, una especie de hipster de casi dos metros muy enrollado. Me sienta en una mesa (bueno, me indica donde está, sentarme ya lo hago yo solita) y me explica que como tienen un “Food Truck” me van a traer unos aperitivitos para acompañar a los vinos. Algo que agradezco porque ya estoy empezando a notar el efecto del cabernet franc que me he tomado hace media hora. Me traen un platito con tres cositas diminutas, al estilo del Xef pero más de andar por casa y muy sabrosillas. Esta bodega produce Petite Sirah, Zinfandel, Chadonnay y Sauvignon Blanc con uvas propias pero también de otros productores de Napa. No soy gran fan del zinfandel pero este me ha sorprendido favorablemente.
Seguimos la ruta hacia “madre de Dios el dolor de cabeza que me va a dar” y me paró en la siguiente bodega, Merryvale, una bodega espectacular, la más impresionante de momento en lo que apariencia se refiere. Me reciben Sean, el enólogo, un señor ya de unos sesenta años con cara de saber mucho de vinos y Joshua, el que lleva los temas de publicidad y prensa, mucho más joven y con cara de haber sacado sobresalientes toda su vida. Me llevan a una cava con aspecto medieval pero que seguramente no tiene ni cien años, pero da el pego total, sobre todo para los americanos que no están acostumbrados a bodegas como las europeas donde las telarañas llevan campando a sus anchas durante siglos. Aquí telaraña ni una. Me ponen unos quesitos para probar sus vinos mientras Sean con un vocabulario espectacular y unas explicaciones dignas de profesor de universidad me habla sobre sus vinos y los orígenes de la bodega. Fue la primera que se instauró en el valle tras el levantamiento de la ley seca. El dueño es un suizo llamado René Schlater, que debe venir de familia adinerada porque su familia compró en el 2005 50 acres de tierra en Carneros, otra zona del valle de Napa. De hecho la familia tiene también viñedos en Suiza desde hace cinco generaciones. Producen Chardonnay, Sauvignon Blanc, Pinot Noir, Merlot y Cabernet Sauvignon que es la uva por excelencia. Tanto este último como el pinot noir son excelentes.
Con tanto vino creo que necesito retirarme a un nuevo hotelito, Harvest Inn. Así a priori parece un tanto rancio pero con la lluvia que está empezando a caer, la chimenea en la habitación y el jacuzzi exclusivo para la menda de mi patio particular retiro lo dicho. La habitación es súper acogedora sin demasiadas pretenciones pero con todo lo que te haga falta o puedas imaginar.
Tiene un saloncito separado de la cama, es como un apartamento, solo le falta la cocina, pero ni falta que hace porque tiene un restaurante estupendo llamado Harvest Table con una comida muy decente, ahora el servicio un poquito lento. Al menos la camarera que me tocó que parecía prima del profesor siesta. Totalmente recomendable para finde romántico. Mi habitación daba a unos viñedos y a las montañas, una verdadera maravilla y te puedes meter en el jacuzzi disfrutando de esa vista y con una copita de champán.
Tras pasar una noche espectacular descansando en esta habitación tan molona, me espera mi última bodega, Whitehall Lane Winery. Aquí me recibe sin duda el más adorable y simpático de todos los que me han atendido todos estos días, y el nivel estaba alto. Su nombre es Jeff y se me presenta como un “educador de vino”, ya con esto me ha ganado. Me lleva a una sala privada en la piso de arriba de la bodega con vistas a sus viñedos y me propone algo, no indecente, pero sin duda muy atrevido. Sobre todo porque como la cague mi reputación cae por los suelos. Me va a poner tres vinos a ciegas y le tengo que adivinar, si tengo lo que hay que tener, cuál es el más caro, que vinos son y cual es el que más me gusta. Madre de dios! Se me han puesto de corbata, pero eso no me va a impedir intentarlo. Los huelo primero una y otra vez y empiezo a notar una cierta diferencia, menos mal, porque la primera vez me olía todo igual. Le adivino que el más barato es un merlot y…… (ruido de tambores) lo acierto. Ya me ha dado el subidón, ahora no hay quien me pare. El más caro es el último, cabenet sauvignon, acierto también. He de confesar que aquí hice un poco de trampa, deduje que como me había servido un poco menos tenía que ser más caro, jejeje, una que no tiene un pelo de tonta. Y el segundo es el de precio medio, otro cabernet. Producen también Chardonnay, Pinot Noir y Moscatel. Tras empezar el día probando vino de nuevo y medio achispada me despido de Jeff.
Ahora me meto en el coche y me dirijo a otro pueblecito de Napa llamado Yountville, donde para los amantes del buen yantar (ay por Dios, que antiguo me ha sonado esto) tienen el restaurante French Laundry de Thomas Keller, uno de los chefs más prestigiosos del país. Pero en esta ocasión no voy a parar allí, más que nada porque hace falta reservar con un mes de antelación y lo he hecho, oops!
Me espera sin embargo un hotelito en la calle principal de Yountville llamado The North Block. Un hotel de veinte habitaciones con estilo italiano de lo más acogedor. También tiene chimenea en la habitación pero de las de gas, sin olor a maderita quemándose, pero aún así muy acogedora. Puedes ir andando si quieres a las decenas de bodegas que hay por toda la calle principal. Tiene una piscina pequeñita con hamacas de los más monas, aunque hoy con 10 grados no me apetece mucho hacerme unos largos. La que aquí escribe ya está medio alcoholizada y necesita dormir. Pero tener por seguro que para los amantes del vino, Napa es sin duda un destino a tener muy en cuenta si os dejáis caer por tierras californianas. Tras mi experiencia lo recomiendo encarecidamente. El paisaje es alucinante y ya veis que podéis comer como reyes y alojaros en hotelitos fantásticos. Au revoir viajeros!