Hasta siempre, Míster Berlanga
Por Ruth Méndez
Ni mil regalos, ni aeroplanos de chorro libre que corta el aire, ni rascacielos bien conservados en frigidaire... Nosotros sí que podemos presumir del tronío de un pueblo con poderío, porque nosotros hemos tenido y tendremos a Berlanga. Si los americanos hubiesen sabido de la existencia de un genio así, jamás hubiesen pasado de largo. ¿Dónde le estarán dando la bienvenida a estas horas, dónde se estarán riendo con sus ocurrencias de sabio, dónde estará haciendo gala de su ironía implacable, dónde estará derrochando su talento? Lo único que sabemos es dónde ya lo estamos echando de menos: Aquí. La última vez que lo vi en persona inauguraban un cine con su nombre, iba en silla de ruedas, rodeado de los suyos, prácticamente ya no hablaba, parecía su sombra... La primera vez que tuve el placer de entrevistarlo yo era aún una pipiola, una recién llegada. Lo admiraba tanto que me imponía. Estuve días revisando sus obras maestras, preparándome a conciencia un cuestionario... Pero a la hora de la verdad, tanta premeditación y alevosía con él no sirvieron de nada. A los cinco minutos de charla, el hombre que toreó la censura, ya me había puesto las banderillas varias veces. A los diez minutos, el hombre que hizo el mejor alegato contra la pena de muerte ya nos había hecho perder la cabeza (porque también conquistó al cámara y al ayudante). A la media hora, el hombre que le había sacado los colores a la aristocracia en plena cacería, me había sonrojado unas cien veces. En tan sólo un instante, me regaló un puñado de anécdotas únicas, me arrancó más de una carcajada y me hizo muchas más preguntas que yo a él (entre ellas, si mi novio me fustigaba amorosamente). Nos confesó que no sabía ni quién era Brat Pitt (ni ganas), que no encendía la tele, que la España de ahora no daba de sí ni para rodar una película, que la única en este mundo capaz de ponerle firme era su adorada esposa... Le gustaba cómo lo definía su amigo Alfredo Landa: como un hijo de puta con balcones a la callePlácido y verdugo, pícaro y tierno, educadísimo y espontáneo, lúcido, entrañable, vividor, fetichista, mediterráneo, genial, peliculero empedernido... Hasta siempre Míster Berlanga.
P.D: era tremendo hasta repartiendo dedicatorias. La de la foto me la estampó sobre la biografía que de él escribió Jess Franco, la conservaré siempre como un pequeño gran tesoro, como un fotograma de lo suyos.