Por Ruth Méndez
Cuando era pequeña, una de las cosas que más me gustaba era pasar a ver a las vecinas de mi abuela, iba directa al cuarto trastero pegado a la cocina, me subía a un taburete, desencajaba (con ayuda de algún mayor) la fachada de una enorme casa de muñecas y allí me pasaba la tarde, imaginando historias en cada planta. Recuperé esa mágica sensación años más tarde enganchándome a los tebeos de 13, Rue del Percebe. Aunque soy muy poco cotilla, bastante despistada, siempre me ha fascinado la figura del vecino. Eres testigo auditivo de su vida (oyes sus ronquidos, sus programas favoritos de la tele, sus apasionados jadeos o sus broncas) pero cuando bajas en el ascensor con él, sólo se te ocurre hablar del tiempo. Películas como La Comunidad, Rec..., libros como Julio y Laura de Millás o La Elegancia del erizo ya le han sacado partido al tema...
Pues bien, La luz en casa de los demás de Chiara Gamberale es una original, tierna y divertida novela sobre vecinos. Algo fresco y fácil para el caluroso verano. La administradora del número 315 de la calle Grotta Perfetta muere de repente y deja a toda la comunidad al cuidado de su pequeña de 3 años. Mandorla pasa en unos segundos de ser huérfana a tener padres, madres y hermanos de toda índole. A través de sus ojos, el lector va conociendo a los habitantes del edificio. La protagonista es un acierto, el motor del relato. Uno empatiza desde el principio con esta niña algo excéntrica y madura por exigencias del guión. El libro habla sobre la búsqueda de identidad, sobre los infinitos y válidos modelos de familia... Y nos aclara: los otros no son siempre tan felices como creemos o aparentan. Podemos ver o envidiar La luz en casa de los demás