Me encanta pasear por la Feria del Libro jugando a adivinar qué escritor se esconde detrás de cada cola. Una tarea, por cierto, poco complicada. Si uno divisa una legión de devotos formando fila de uno en silencio, repasando un libro entradito en páginas que traen de casa ya sobado y repleto de notas... Entonces, no hay duda, esperan resignados a un Javier Sierra, una María Dueñas, un Pérez Reverte o un Ruiz Zafón... A uno de esos hacedores de historias dotados con la varita mágica capaz de convertirlo todo en fenómeno literario.
Están los escritores veteranos más discretos (los Javier Marías, Vila-Matas, Almudena Grandes, Lorenzo Silva..) a los que sus lectores de siempre se acercan con veneración pero de forma escalonada, buscando la firma y algo de charla. Están también esos escritores como José Luis Sampedro que se han ido pero siguen estando. Y no pueden faltar esos escritores bisoños repletos de talento que se van de su primera Feria profundamente decepcionados porque descubren que, en realidad, es un lugar solitario y carente de romanticismo en el que resulta casi imposible reclutar a amantes de la literatura.
No nos engañemos, El Retiro estos días es el paraíso de los tumultos, los gritos desordenados, los teléfonos disparando a bocajarro a la celebridad sepultada entre la masa. Peleas por ver al famoso torero, deportista, cantante, cocinero o televisivo. Y si por una foto con él, hay que comprar el dichoso
Fichar a un firmante popular es la forma más fácil de hacer caja o al menos, de recuperar los 2000 euros que cuesta plantar una caseta (sin conexión Wi-Fi) en el parque madrileño. Una tentación en la que, olvidando sus principios literarios en una estantería, han caído hasta las librerías más elitistas. Resulta tan triste como comprensible, el negocio ha bajado un 15% en el último trimestre y hay que comer.
Este año la Feria mima especialmente a los niños. Invertir en los lectores del futuro parece la única esperanza para el futuro de los libros.