Un avión averiado volando en círculo sobre un país corrupto y un aeropuerto virgen, la clase turista anestesiada mientras la clase business se la beneficia sin permiso o la ignora para consumar sus negocios sucios, una tripulación descontrolada, un azafato con ataques de sinceridad y un piloto desorientado. Con un plan de vuelo tan lúcido, y comandado por un genio palmario, yo tenía las expectativas por las nubes... Y el viaje resulta entretenido, pues sí, pero con demasiadas turbulencias.
Lo más sutil de Los amantes pasajeros. Me sobra tanto pseudo-chiste escatológico, trasnochado que no transgresor. Las maniobras delirantes, como por ejemplo las surrealistas conexiones telefónicas entre el espacio aéreo y el terrestre, son escasas y muy pocas esas muletillas memorables o esos fotogramas hipnóticos (la pista llena de espuma, los planos del aeropuerto fantasma durante el aterrizaje, el teléfono cayendo suicidándose desde el puente...) que amenizan todas sus otras películas.
El overbooking de caras conocidas siempre asegura la buena venta de billetes en taquilla y aunque alguno no logre despegar, los personajes funcionan. Los tres aeromozos no se estrellan ni durante el arriesgado numerito musical (se nota que han interiorizado el infalible manual de instrucciones del manchego). De hecho, actúan como mascarillas de oxígeno en esos momentos en los que la película pierde toda la presión. Javier Cámara reencarnado en el mismísimo Peeeedrooo se sale, Raúl Arévalo sacando pluma y Carlos Areces aireando flequillo se confirman como cómicos de altura. Antonio de la Torre está visto que pilota con solvencia y honestidad lo que le echen y más. Almodóvar demuestra sus horas de vuelo, su pericia a la hora de frotar y frotar a los actores hasta sacarles brillo de las entrañas... Se lucen (incluso los que sólo defienden un papelito o un papelón, según se mire) Hugo Silva, Miguel Ángel Silvestre, Blanca Suárez, Carmen Machi y Lola Dueñas. Por cierto, para anecdótico y accidentado el cameo a modo de bienvenida de Penélope y Banderas.
Parece que Almodóvar ha puesto el piloto automático para rodar con libertad, premeditación y alevosía una mamarachada sin más destino que celebrar la frivolidad y sobrevolar los locos años ochenta. Da la sensación de que el gran cineasta se desabrocha el cinturón. Si no ha querido firmar el películón de su vida sino una peliculita para divertirse y divertir, este películón peliculitaaterrizaje forzoso