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Hubiese podido cumplir el expediente tirando de vísceras, sangre y efectos especiales pero Manuel Martín Cuenca ha ido a por nota, a por el sobresaliente, dispuesto a poner toda la carne en el asador... El primer plano secuencia es, en sí mismo, una declaración de intenciones. Caníbal es una película sencilla e impecable que está rodada con una sutileza, una austeridad y una honestidad brutales. Cocinada a fuego lento con vocación de filete de ternera, nada tiene que envidiarle a esas sabrosas hamburguesas de plástico que nos llegan de fuera.
Basada en la novela del escritor Cubano Humberto Arenal, cuenta una cruda historia de amor, de miedo y de miedos. Sorprende la frialdad con la que se aborda un relato tan carnal. Antonio de La Torre, una vez más, se come la cámara transformándonse en un Hannibal Lecter autóctono. Un capillitas aparentemente inofensivo, un lobo con piel de vecino pluscuamperfecto. A base de silencios, miradas y kilos de talento construye un personaje tan real que asusta. Uno llega a sentir por él lástima y asco a la vez. Hacía tiempo que una escena no me inquietaba tanto en el cine como en la que el protagonista depredador espera con una paciencia enfermiza a una de sus víctimas en la orilla del mar... Ya me contaréis...
En un año de cine español más bien fulero, Caníbal se posiciona como la mejor opción para representarnos en los Oscar. Veremos si empieza su festín de premios en el festival de San Sebastián.