Por Ruth Méndez
Bisnieta de carniceros gallegos, me salieron los dientes devorando criadillas... Pues bien, después de leer Comiendo animalesme estoy planteando muy seriamente dejarlo. Este libro es con los carnívoros como los famosos betsellers antitabaco con los fumadores. Vamos, que acabas sintiéndote un arrepentido Hannibal Lecter. El autor empezó a preguntarse de dónde venían los alimentos que llegaban a su plato, justo cuando su mujer se quedó embarazada. Después de tres años investigando, visitando furtivamente granjas y mataderos en Estados Unidos ha llegado a conclusiones aterradoras. Las granjas idílicas, a lo Playmobil, prácticamente no existen o por lo menos, no son las que nos alimentan. Jonathan Safran Foer se ha encontrado animales hacinados sobre un manto de excrementos, pariendo en cajones, acribillados 24 horas a luz artificial, cebándose a destajo, degollados, desangrados (hay imágenes en youtube que dan fe y documentales como Food Inc). Asegura que el sufriento del ganado y las aves en la industria alimenticia se puede comparar al que tendría un perro si lo condenásemos a vivir dentro de un armario. Defiende que si seguimos pescando sin control en 2048 ( a la vuelta de la esquina) no habrá peces (serán los nuevos dinosaurios ). También desmiente que las hamburguesas fast food sean baratas. Calcula que si sumamos los costes medioambientales y sanitarios, cada una nos sale por 150 euros. Entrevistándolo, uno aún sale más convencido de sus teorías, porque es un tipo amable, nada radical, ni tremendista. Es claro: sólo siendo vegetarianos o comiendo menos carne salvaremos el planeta. Una vez, le confesé a Albert Boadella que siento pena cuando en la plaza matan al toro. Me respondió que eso me pasa porque soy de la generación Disney y que tengo que asumir de una vez que los animalitos sólo hablan en las películas. Y digo yo, menos mal que no hablan porque nos dirían de todo...