Muchas sensaciones recorren mi cuerpo estos días…
La adaptación a Honduras ha sido muy buena. Ningún problema de salud por el momento (toco madera) y casi intacta de picaduras de mosquitos (excepto una que, en vez de ser un picotazo, parece que me ha mordido)
Lo primero que se hace notar al llegar aquí es su clima húmedo. Hace calor, pero sobre todo es la humedad que se pega al cuerpo. El primer día piensas que será complicado trabajar con esta temperatura, pero como siempre, el cuerpo se acostumbra a todo.
El recibimiento en el hotel de mi director y compañeros ha sido increíble. La gente del equipo no pone distancia, no desconfía al no conocerte… Es gente que viene de frente a darte un abrazo y decirte que si necesitas cualquier cosa, están aquí. Y lo mejor es que cuando de verdad lo necesitas, están.
Cuando eres el novato en un proyecto, sea del tipo que sea, siempre vas con la curiosidad de saber cómo será tu adaptación, cómo reaccionará el resto del equipo que, además, se conocen desde hace años, cómo te sentirás, cómo se sentirán ellos al llegar tú… Cualquier cosa que me esperara, por buena que fuera, ha sido superada con creces. Mucha gente excepcional, en todos los sentidos.
¡Qué cantidad de rincones espectaculares tiene esta tierra! La llegada mi primer día a Cayos Cochinos no la voy a olvidar nunca. Cambiamos el coche por la barca, y los atascos de la M40 de Madrid, por las olas del mar. Son aproximadamente 20 minutos de trayecto donde no emocionarte con las vistas, es algo imposible. Mis compañeros me dicen que no siempre tenemos esta suerte (el mar hoy está calmado), a veces las olas hacen que lo que hoy estamos disfrutando como un paseo turístico, sea un auténtico infierno.
Lo entendería más adelante, cuando a la vuelta de un día intenso de trabajo, de localizaciones, de ensayos generales, de repeticiones y reuniones de equipo, todo ello al sol y a 35 grados… en esa vuelta y viendo el puerto, nos dicen que tenemos que ir a Cabotaje, un embarcadero que está a otros 15 minutos de donde nos encontramos y otros 30 minutos de autobús hasta el hotel. Cuando no estás cansado no parece mucho tiempo. Cuando lo estás, parece que no llegas nunca.
Llegas a la habitación, te duchas y tenemos siempre una reunión todo el equipo (más de 120 personas desplazadas en Honduras). Hablamos de cómo ha ido el día, de las cosas que han fallado, de los planes de trabajo del día siguiente, de las necesidades de los diferentes jefes de departamento, de las sensaciones del grupo en general.
Hay otra reunión de contenido. En esta se hacen simulacros de lo que ocurrirá cuando el programa esté en marcha. Todo el mundo está activo, con la creatividad a flor de piel y siempre en constante comunicación con los demás.
Y después llega la cena, mi momento favorito del día. Momento en el que, una vez terminado el trabajo donde has visto a los pedazo de profesionales que tienes al lado en acción, puedes conocer a las personas que hay detrás y sus experiencias (hay gente que lleva 12 ediciones, haciendo también Supervivientes de otros países). La cena siempre se llena de anécdotas, de reflexiones del día, de nostalgia por los que están lejos, de nervios por el arranque.
Ha pasado sólo una semana y parece que llevo aquí mucho más tiempo. Es intenso, no hay horarios cerrados como en otros proyectos y además estás lejos de los tuyos. Pero, ¡qué afortunada soy de estar aquí!. ¡Cuánto estoy aprendiendo, qué bien rodeada y qué suerte poder vivir esta experiencia de primera mano!
Seguimos en contacto…