Siempre he creído que la gastronomía trasciende mucho más allá del hecho puramente fisiológico, incluso del creativo, o del que tiene que ver con la identidad de los pueblos. Todo eso es verdad, pero para mí la gastronomía es, además, un acontecimiento social de primera magnitud. Recientemente lo volví a evidenciar en Nîmes, donde acudí para ver a mi idolatrado José Tomas, que faltó a la cita por una inoportuna cornada en el cuello que sufrió en la Feria de Jerez, y a uno de los diestros más destacados del actual escalafón, el torero francés de Beziers, Sebastián Castella.
Me sorprendió la Feria de Nìmes. La pasión con la que esta ciudad del sureste francés, como en todo el sur de Francia, vive la fiesta de los toros. En 'Las Arenas', un circo romano del año 27 antes de Cristo, se celebran corridas en sesión de mañana y tarde para dar satisfacción a las decenas de miles de aficionados que a diario llenan la plaza. Me asombró la cultura y el respeto con la que el público galo sigue la faena del torero. Un comportamiento cívico y educado, tan alejado del que vivimos en España, que se traduce en un sobrecogedor silencio. Es realmente emocionante seguir una faena escuchando el respirar del toro al compás de la música de Albéniz. Si os gustan los toros o queréis vivir algo que vale la pena no dejéis de ver una corrida en Francia, en Nîmes o en Arles, Dax, Beziers, Bayona o Mont de Marsan, vale la pena, de verdad.
Castella no defraudó, rara vez lo hace, porque se vacía en cada faena. Impone su valor y emociona la verdad de su toreo. Cortó cuatro orejas y un rabo en una de las faenas, según sus allegados, mejores de su vida. No es de extrañar que su aniñado rostro nos obsequiara con constantes sonrisas en la cena que a posteriori celebramos con él en el hotel Imperator, el hotel de los toreros de la capital del Departamento del Gard. Allí, amenizados por rumbas aflamencadas como sonido de fondo en un acogedor jardín, pudimos apreciar la soberbia calidad de la cocina francesa. Desde el singular pan bien horneado, la clave de un buen pan, hasta las tablas de queso de postre, con joyas de los Alpes, como el “Comté”, pasando por una excelente carne de toro, ligeramente por debajo de su punto.
Hablaba con Castella de la faena, de la bravura de los toros de Garcigrande mientras bebíamos un delicioso borgoña “Chateneuf du Pape”, cuando se unió a nuestra mesa el afamado y prestigioso arquitecto francés, Jean Nouvel. Enseguida se confesó admirador de Castella y un amante de la fiesta de los toros. Había viajado hasta Nîmes, precisamente para ver la corrida. Nos habló del color de la fiesta, de la estética danza que el diestro celebra con el animal y lo hizo con la vehemencia del buen aficionado. Tuve la oportunidad de recordarle un viaje que realice a un hotel entre viñas diseñado por él, el Saint James de Bouliac (Burdeos) y constaté que profesa un profundo amor, también por el vino. Con tantas afinidades podéis imaginar como transcurrió la velada. Fue una noche inolvidable, única, de esas que ilustran el álbum de imágenes y momentos que, a veces, te regala la vida, eso sí, la bien vivida.