Hay hoteles que por sí mismos merecen un viaje. Es el caso de La Perla, el mítico hotel pamplonés impregnado por el halo bohemio y universalizante de Ernest Hemingway. En él se alojó el Premio Nobel estadounidense, en dos ocasiones, durante los Sanfermines de 1953 y 1959. El hotel acaba de ser magníficamente remodelado, pero guarda, celoso, el privilegio y el señorío que le dan sus muchos años. Conserva intacta la habitación 217 que ocupó Hemingway, dando a la calle Estafeta, que son las más cotizadas porque desde sus balcones tienes una perspectiva única de un tramo apasionante, que incluye la visión de la célebre curva de Mercaderes, donde siempre se viven los momentos más emocionantes de cada encierro.
Tuve el privilegio de ver la carrera de los toros de Fuente Ymbro desde la terraza de la habitación Mariano Benlliure, en la primera planta. Levantarte muy temprano, a eso de las siete de la mañana, abrir el balcón para ver el ambiente previo al encierro mientras desayunas, constatar la tensión y los nervios de los corredores en sus rostros , escuchar en la letanía el chupinazo y ver a la manada pasar delante de ti, es algo que difícilmente puedes olvidar.
Enseguida entiendes porque al autor de “Fiesta” le encantó “la mezcla de alegría y de drama, de expresión bullanguera y de tragedia” como asegura el escritor navarro Iribarren en su libro “Heminway y los Sanfermines”. Resulta impresionante ver los toros tan de cerca. Son instantes en los que te contagios del terror de los mozos, momentos, por inusuales, inmensamente bellos. Con apetito, todavía, la mejor opción es armarte de paciencia para soportar las colas de más de hora y media, para hacerte con una rosca de churros de “La Mañueta”, en la calle del mismo nombre, muy cerca del Ayuntamiento.
Hace 135 años que se fundó, en 1873, una de las churrerías más legendarias de nuestro país. Abre únicamente en los Sanfermines y al mostrador se puede ver todavía dispensando deliciosos churros a la nieta del fundador, Dª Paulina Fernández Martínez. Sus seis hijos, la mayoría de ellos titulados en Medicina, le ayudan en un ritual que es todo un homenaje a sus ancestros.
Anonadado me quedé cuando entré al local y comprobé con el aceite para freír los deliciosos churros se caliente en hornos de leña. Me cuenta Dª Paulina, que el único secreto es que “la madera sea de haya y cortada a mano”.
Dª Paulina y sus encantadores hijos, trabajan a destajo hasta las once de la mañana, soportando altísimas temperaturas, fabricando churros tal y como se hacían hace un siglo.
Alguno de ellos hace un receso para obsequiarme con unos churros y una copita de patxaca, un licor que elabora la familia con manzanas que recogen por octubre y dejan macerar hasta San Fermín. Con tan buen sabor de boca lo mejor es sentarse en el Café Iruña, el más antiguo de la ciudad y dedicarse, como tantas veces haría Hemingway, a deleitarte con el fabuloso ambiente. Contagiarte de la fiesta con mayúsculas e imbuirte del sonido estruendoso de sus coloristas charangas. Son las horas previas al aperitivo, algo que nunca perdono. Por la bulliciosa calle Estafeta, me recomendaron acertadamente el bar de pinchos “Fitero”. Con un buen rosado, un vino que tradicionalmente se he hecho muy bien en toda Navarra, me encantaron dos tapas: un bacalao al ajoarriero y unos pimientos rojos rellenos con carne de ternera.
Sorteando cuadrillas, peñas y charangas llegué a la que fue una antigua casa de comidas allá por los años treinta. Hoy es un referente de la nueva cocina Navarra. Os hablo del restaurante “Europa” de los hermanos Idoate (c/ Espoz y Mina, 11). Como en tantos otros casos vuelvo a constatar que no hay modernidad que valga que no se inspire y se muestre respetuosa con el recetario tradicional y sobre todo con el producto. Me decanté por un plato de temporada y típicamente navarro, las pochas. Se suelen recoger antes de estar maduras, de ahí ese color ligeramente marfil verdoso. Es la sencillez llevada a la perfección. Cocidas con un sofrito de cebolla, solo llevan tomate y pimiento. Un autentico lujo.
La tarde, tras el madrugón propiciado por el encierro, conviene dedicarla al descanso. En Pamplona por Sanfermines se cena muy tarde. Aliviado por una reparadora siesta fui a conocer el otro restaurante de la capital Navarra, junto al “Europa” reconocido con una estrella Michelin. Os hablo de "Rodero” (c/ Arrieta, 3). Allí el tándem formado por Koldo Rodero, propietario y chef y Floren Domezain, tal vez la persona que mejor cultiva las excelsas verduras y legumbres de la Ribera, hace las delicias de quienes visitan su casa.
Si tenéis oportunidad no dejéis de probar esta menestra de verduras con hongos y trufas. Guisantes, alcachofas y judías verdes componen la base de un plato que es todo un homenaje a las verduras navarras, patrimonio de la humanidad. Me voy de Pamplona, pero me quedo para siempre. ¡Viva San Fermín!