Así reza el lema promocional de Cantabria. Apela a lo infinito y no le falta razón. Buen lugar para reponer fuerzas tras las emociones sudafricanas. Lo primero que uno agradece es el clima. Me recibe un cielo nublado y casi quince grados menos que en la meseta. En pocos lugares me relajo tanto como en los balnearios. No solo aprecio los beneficios de las aguas, también ese aire pausado, ralentizado que define el tiempo que pasas en sus instalaciones. No sé si será por las reminiscencias de una visita hace muchos años a Baden Baden, en Austria, pero me gusta visitar balnearios considerados como históricos. Uno de ellos es el de Solares. Sus orígenes se remontan a 1.753. Es el más antiguo de Cantabria. En 1.976 se cerró pero hace cuatro años, en Julio del 2.006 volvió a abrir sus puertas perfectamente rehabilitado y conservando su antiguo y señorial esplendor. Está tan bien reconstruido que te evoca, de verdad, a los selectos balnearios europeos de principios del siglo XX, pero al mismo tiempo con las más modernas instalaciones. En él ejerce además un excelente profesional, el Dr. Víctor Palencia, uno de los médicos españoles que mejor conocen las propiedades terapéuticas de las distintas aguas.
Muy cerca del balneario, en Villaverde de Pontones, se encuentra el mejor restaurante, probablemente, de todo Cantabria. Os hablo de “El Canador de Amós”. Tiene una merecidísima estrella Michelín. Todo un reconocimiento al esfuerzo que han hecho durante dos décadas sus propietarios, el chef Jesús Sánchez y su mujer Marian. El restaurante se ubica en un escenario majestuoso. Una suntuosa casona cántabra del siglo XVIII, dotada de unos amplios y silenciosos jardines, que tanto Jesús como Marian, han sabido rehabilitar con mucho esfuerzo y unas encomiables dosis de buen gusto.
Entrar en este impecable lugar, por sí mismo, ya te transporta a un estado de bienestar inusual. Cuando empiezas a probar la cocina de Jesús, esas sensaciones se van acrecentando. Estamos ante un apasionado de la cocina. Sin antecedentes familiares, Jesus formado en fogones de España y Francia, mezcla con equilibrio y talento la tradición y los sabores de siempre con las inquietudes propias de un chef de vanguardia como es su caso. Platos sencillos y reconocibles en todo momento, donde al mismo tiempo uno percibe que detrás de ellos radican horas y horas de investigación que, en definitiva, conforman las señas de identidad de este gran chef. Me encantaron unos quesos de Cantabria en texturas con anchoas de Cantabria y un lomo de lubina a la sal, impecable.
Las fotos que podéis ver a continuación corresponden a otras creaciones que me encantaron. Es el caso de unas sardinas asadas, anchoas y caviar de borraja. Un raviolis de cigalas con crema de marisco y una tosta rota de maganos, que son los chipirones de la zona.
El servicio es impecable, en especial valoré la atención y el conocimiento del sumiller de sala, Gonzalo San Martín que me asesoró perfectamente en materia de vinos para cada plato. Probé desde un fabuloso Palo Cortado hasta vinos alsacianos con la aromática riesling. Todo perfecto. Alta cocina plenamente respetuosa con su entorno, que me hizo conocer mucho más Cantabria.
Una comunidad que tiene muchos más atractivos. Si viajáis con niños no dejéis de visitar el zoológico de Santillana del Mar. Estamos ente el fruto del ingente esfuerzo de otra pareja la formada por José Ignacio Pardo de Santayana y su esposa Maribel. Lamentáblemente no cuentan con ninguna ayuda oficial pero, a pesar de ello, han puesto en marcha un ejemplar zoológico donde se pueden ver multitud de especies animales amenazadas. Ese ha sido el leit motiv vital de este auténtico amante de la naturaleza, contribuir a la conservación de especies en peligro de extinción y educar a los más jóvenes. Aquí podéis ver a José Ignacio alimentando a los lemures.
No me quise ir de Cantabria sin volver a un lugar del que guardaba un fabuloso recuerdo. Os hablo del Hotel Restaurante “Casa Enrique”. Esta justo enfrente de la estación de tren de Solares y cumple este año precisamente cien años. Es la cocina de siempre guardada con celo por Enrique y herededa de sus padres y abuelos.
En la carta podéis probar anchoas de Santoña o almejas de Pedreña. También callos “al estilo de mi madre”, zancarrones de ternera o pollo de corral guisado. Me encantaron las croquetas caseras de carne y el “carico” montañes, que son unas espectaculares alubias tintas guisadas.
Dejé la Cantabria infinita con un cielo despejado y unos deliciosos 24 grados. Ahora cuando escribo esto, en un Madrid que roza los cuarenta, añoro ya aquellos felices días en Cantabria.