No me pregunten por qué, pero uno de los libros que se ganó Susana el pasado martes se llama Vida de zarigüeyas. Fueron tres libros, procedentes de un club de fans de Gran Hermano. Aunque lo contó Mercedes en la gala de este lunes no recuerdo más. Supongo que la falta de sueño está socavando la hormona esa y pierdo control sobre mi memoria. El caso es que estaba yo dispuesto a estudiar algo sobre los didelfimorfos, marsupiales que responden al nombre de zarigüeya, cuando veo que el libro en cuestión lleva el siguiente subtítulo: “Cómo vivir bien sin empleo y (casi) sin dinero”. Pues vale. La imagen que ilustra este escrito en su cabecera es anterior a descubrir que no se trata de un volumen que podamos encontrar en la categoría de biología de la Fnac.
A mis lectores les desanimo a hacer el juego que quería proponer consistente en determinar cuál de nuestros queridos concursantes es más zarigüeya. Es lo que toca. Lo que no toca, vaya. El título de hoy me lo sugirió anoche @creciendo_ y pensé en ese momento que parecía buena idea. Tal vez ahora ya no pienso igual, pero ya que está lo dejamos, ¿no? La verdad es que lo de “sin empleo” les viene como anillo al dedo, porque la mayoría son vagos sin remisión. El libro data de 1978, fecha anterior a la ocurrencia de llamar “nini” al joven sin estudios ni empleo. Líbrenme las zarigüeyas de sugerir que es el caso de todos los concursantes. Alguno habrá. No sé, uno o ninguno. Tal vez más. Dos o tres, no sé. Bueno, los que sean.
Teniendo en cuenta que las zarigüeyas son considerados fósiles vivientes, y si lo mezclamos con lo de “sin empleo”, empiezo a pensar que quien eligió el libro acertó bastante con el perfil. Los concursantes de este año son bastante zarigüeyas. Si nos quedamos en lo más superficial, es cierto que son bastante perezosos, lo cual debe provocarlo ese tipo de vida porque cada año observamos lo mismo. Les proponen pruebas bastante absurdas, también hay que decirlo, aunque esta semana se la pasen jugando al golf, que es ideal para los que no tienen empleo, pero no tanto si tampoco se tiene (casi) dinero. Al principio parecían entusiasmados, pero debió ser más bien un espejismo.
A este humilde cronista le importan otras cosas más que la pereza de los concursantes. Que no se entusiasmen con las pruebas semanales, ni siquiera por el aliciente de que si la superan podrán hacer la compra y dejarán de estar (casi) sin dinero, me importa casi tan poco como que tengan la casa desordenada o no del todo limpia. También he de decir que a través de la tele no se aprecian estas cosas del todo. En GH 12 estuve haciendo una visita a la casa, comiendo junto al equipo del programa y en la misma mesa que Ainhoa Pareja, Pepe Herrero e Iván Madrazo, además de Mercedes Milá. Paseando por la cruz de cámaras, guiados por José Luis Larrauri, quedé ligeramente horrorizado al ver cómo estaba la casa. Todo manga por hombro, desordenado y bastante sucio. En mi tele (y en mitele.es) no parecía tan grave.
No obstante, no es algo que me preocupe como espectador, ya digo. Solo me inquietaría si tuviese que vivir en ese entorno durante unos meses de mi vida, aunque posiblemente me terminaría aclimatando. Más me preocupa eso que mantiene como sedados y sumidos en la complacencia del abrazo y la hipocresía a casi todos los concursantes de este año. Es algo que, en mayor o menor medida, ha llegado a afectar incluso a los mejores. Nada me gustaría más que tener una explicación de los psicólogos del programa sobre esto. Por qué cuando más esperanzado está uno de que alguien hable claro y afronte la situación de cara y a las claras, resulta que parece haber sido picado por el aguijón de la doblez y la pamema, como si le hubieran lanzado un dardo sedante de falsedad y pamplinas.
Porque, amigos míos, estos concursantes más que zarigüeyas (que también, ya puestos) son unos pamplinas. Como dice en una de sus canciones mi admirado Joan Manuel Serrat: “Son la salsa de la farsa. (...) Son el alma de la alarma, del recelo y del canguelo”. Recelo el mío y canguelo el de ellos, me parece a mí. Al principio pensé que esas sesiones de “puffing”, con todos juntos reunidos y charlando durante horas, era indicativo de que se trataba de un grupo muy social. Desde luego lo que son es un soberano aburrimiento, que nos priva del corrillo y la conspiración, cosas que tanto nos gustan a la mayoría de los espectadores. Ahora pienso que lo hacen por miedo. Deben pensar que quien se mueve no sale en la foto. O, tal vez, que van a crucificar al ausente.
Ese mismo canguelo debe ser el que les lleva a tener episodios aislados de bravuconería, por lo general hacia algún compañero y casi siempre en el petit comité de sus más afines, muy pronto aplacados y serenados. De forma que cuando podrían enfrentarse a quien les ha provocado tal acceso de valor deciden convertirlo en amor y zalamería simulada. Aquí los arrebatos de sinceridad duran poco. Cualquier impulso sincero es seccionado de raíz. Si a alguien se le ocurre tener un ataque súbito de furia sincera no tardará en sustituirla por el embuste del arrobo embelesado.
Mucho me temo que esto a lo que me estoy refiriendo puede estar matando este Gran Hermano. Y no veo solución ninguna. El partido de golf que están jugando casi todos desde el 11 de febrero tiene catorce hoyos de falsedad, catorce hoyos de patraña, catorce hoyos de timo. Cuando algunos hacen crítica de la información que les está llegando del exterior, por el medio que sea, tal vez no han pensado que visto lo visto se debe probar cualquier cosa. Todo sea por intentar que las cosas cambien un poco. Yo mismo califiqué como inconveniente esa fuga de información que hace trizas la condición de aislamiento en la que deberían vivir, pero igual es el procedimiento para hacerles reaccionar. Y ni con esas. Ahí siguen, como zarigüeyas viendo el tiempo pasar, confiando no sé muy bien en qué.
También dentro de la casa agradecen los comentarios que llegan desde el exterior. Las inmediaciones de la casa se han convertido en un foro romano, una especie de dazibao donde todo el mundo expresa sus opiniones en la vía pública. El uso del dazibao se remonta a los tiempos de la China imperial. En ese país, los indignados de entonces escribían afiches para criticar al gobierno y los pegaban por la ciudad, incluso delante del más alto tribunal. Era como un escrache gráfico y, sobre todo, muy pacífico. Más recientemente se empezaron a reservar espacios expresamente indicados para colgar esos mensajes. De algún modo, el dazibao se convertía entonces en un embrión de red social. Los carteles escritos o impresos y pegados en el dazibao son sustituidos en Guadalix por el griterío del megáfono. Es el signo de los tiempos.
Sonia lo llamó el otro día “el ángel de la guarda del megáfono”. Es otra forma de verlo. De forma seguramente inconsciente, para esta concursante no se trataba de la opinión particular expresada a viva voz, sino más bien una especie de anunciación divina. No está mal visto. No obstante, ese ángel de la guarda a veces es un poco puñetero. Hay opiniones para todos los gustos, claro está. Por tanto, un día pueden decir “Sonia falsa” y otros “Sonia ganadora”, por no hablar de los impresentables insultos y descalificaciones personales que también se escuchan, algo que me parecerá siempre vergonzoso. Luego no deberían dejarse influir por algo que es simplemente una opinión individual. A pesar de eso, ¿quién me dice a mí que Desi ha empezado a aflojar un poco su campaña anti Argi después de escuchar el megáfono? Hasta ayer, que tuvieron la bajeza de meterse con su estatura, los mensajes dirigidos a esta concursante habían sido mayoritariamente positivos.
Desi es experta en desviar la atención de otras cosas peores utilizando de forma positiva la información del megáfono. Bueno, tal vez no tan positiva. El martes Sonia seguía de bajón por las palabras de Igor en su despedida, y había estado llorando junto a Kristian, que horas después se dignaba a apoyarla, por lo cual se ganó la felicitación de la Doctora Paredes. Desi entraba entonces en el dormitorio y les contaba los comentarios del exterior exigiendo a Saray que se apartase del pelocho y comentando que debió ser por el masaje en el jardín este mismo lunes. Sonia pasó de estar preocupada por lo de Igor a preocuparse por esto otro.
Esta táctica de Desi es parecida a esa reacción instintiva que tenemos cuando nos aqueja un dolor muy fuerte, consistente en infligirnos dolor en otra parte de nuestro cuerpo para distraer nuestro cerebro. Nos duele una pierna y nos mordemos el labio. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez? En definitiva, es la base de la acupuntura o la digitopuntura, costumbres orientales más milenarias que el dazibao. Si te preocupa algo intenta pensar en otra cosa aún peor para olvidarlo de forma temporal. Es mi consejo de hoy.
Saray no tiene reparo en confesar que le gusta Kristian más que comer con los dedos y le tiraría fichas si no tuviera pareja en la casa. Si se entera Sonia igual le está haciendo un favor al del cardado, porque basta con saber que hay merodeando una candidata a sustituirla en la cama con Kristian para que desafloje un poco el cinturón de castidad medio impuesto por su familia. Por cierto, se trata de una familia hiperactiva en redes sociales.
Se lleva mucho ahora eso que ha popularizado José Mota de “ahora vas y lo tuiteas”, aunque extendido en otras modalidades, como lo que vendría a ser “ahora vas y lo guasapeas”, o “ahora vas y lo blogueas”. Personalmente me quedo con esta opción última para chivarme de cierto tuit publicado por el padre de la criatura. O sea, de Sonia. Dice el buen señor lo siguiente (textual, aunque le he bajado las mayúsculas, que para gritos ya está el megáfono): “El daño innecesario que se le ha hecho a mi hija esta noche tiene culpable: ‘Mercenaria de Milán’". Esto dice Ramón Walls. Blogueado está.
Sonia es un ejemplo perfecto de lo que he comentado líneas atrás. Ya comenté que la preocupación por las palabras de Igor sospecho que es más porque proyectan una imagen de ella nada deseable. Aunque también me creo su aprecio personal por la persona que la está dejando en mal lugar, lo cual debe doler particularmente. Esa preocupación es parecida a la que tiene tras cada una de sus nominaciones. Recordemos los esfuerzos empleados en justificarse ante Juan Carlos, o con Iván. Algo menos con Susana o Argi, porque a estas siempre las ha visto con mayor recelo, pero también se empleó a fondo con ellas.
Ahora le está pasando con Yessica, una de sus nominadas de este lunes. No habla en este caso de equivocaciones numéricas ni sorteos con la bolsa de las bolas mágicas, sino de algo mucho más vulgar, a la vez que mundano. Dice que “no le quedaba más remedio”. El maldito descarte, que tanto mal ha hecho en esa casa. Ahora dice que no desea su expulsión. Es lo mismo que el día anterior escuché decir a la propia Yessica referido a Adrián, igualmente nominado por ella. De forma que esta gente querrá que nos creamos algo tan pueril como que nominan a compañeros cuya expulsión no desean. Se deben creer que somos tontos. O algo.
Si la falsedad y el buenrrollismo forzado me parece un drama, pienso poco más o menos lo mismo de la falta de afectos en esa casa. No es algo exclusivo de esta edición, sino que este gato observador lo ha pensado desde siempre. Parece mentira que permaneciendo tanto tiempo juntos, o quizá por eso, se estrechen tan pocos lazos de amistad sincera y verdadera. Algunos hay siempre, por suerte. En realidad, lo que me sorprende no es que haya muchos o pocos, sino el caso de los concursantes que salen tan solos como entraron, no habiendo tenido ocasión de hacer un solo amigo de verdad ahí dentro.
Me preguntaban hace días si estaba de acuerdo con que no había ninguna amistad de verdad, que no “hamistad berdadera”, este año. No exactamente. Sinceramente creo que Sonia y Kristian se aprecian y hasta se quieren, aunque su relación es tan asimétrica en casi todo que no doy un duro por ella. También creo que Igor apreciaba de verdad a Miriam, aunque dudo mucho que un iceberg como ese albergue cierto tipo de sentimientos. También he visto amistad y aprecio mutuo entre Argi e Igor, una combinación curiosa entre la más borde y el pulpo de Donosti. Lo mismo entre Susana y Argi, pareja inseparable unida por la etiqueta del ‘susargismo’.
No cuento a Raki porque su universo privado de confeti hasta en la sopa requiere dosis inmensas de amor y paz para todos. Pero res de res, como le dijo Milá el lunes. Y lo mismo para el resto de habitantes, al menos los que siguen dentro del concurso. La amistad es un modo de encontrar la felicidad dentro del otro, lo cual es muy placentero. Aunque resulta harto complicado, más si consideramos que con frecuencia nos cuesta encontrar la felicidad dentro de nosotros mismos. Pero de esto hablaré otro día. También me hago el propósito de hacer la clásica entrada positiva, destacando lo mejor de cada uno de los concursantes. Lo haré, aunque me cueste, tal vez mañana. Y mañana será otro día.
Moleskine del gato
Estará contento el autor del SMS recogido en la captura de aquí arriba. No les llamaría yo payasos porque tengo un respeto máximo por esa noble profesión. Pero está entendido el mensaje. En todo caso, me alegro de que alguien piense que les trato demasiado bien. No es lo usual. Con respecto a la erudición, no es para tanto. Bueno, en fin. Lo dejamos ahí, si eso.
Termino con un detalle de Argi, lo cual se está convirtiendo ya en un clásico. Yessica le echaba la bronca ayer a Desi por decir “me cago en mis muertos”. Suerte cuando son suyos y no de los demás. Terciaba entonces Argi diciendo: “Yo muchas veces me cago en Dios”. Buen intento de disculpar el pecado de otro confesando uno propio. Si ella supiera.
Y dejo el vídeo de la actuación de mi Paula Rojo este lunes en el jardín de la casa, con instrumentos helados y artistas tiritando, sencillamente porque me apetece. Ya no estoy.