Con un 81,6 % de los votos, Jorge se convirtió anoche en ganador de Supervivientes 2020. Es un porcentaje inusitadamente alto, que no hace justicia a la excelente rival con quien se enfrentaba este concursante, una Ana María más trabajadora, mejor pescadora y cuyo concurso ha sido mucho más ameno que el del ganador. Pero así se escribe la historia y Jorge, siendo un merecido ganador, pasará a la pequeña historia de este reality por su récord de votos en lugar de por la máxima frialdad con la que recibió la noticia de su triunfo, a juego con lo insípido que ha resultado su concurso. Jorge ha sido un concursante correcto, incapaz de destacar en nada y cuya definición como tal sería en mi opinión una mezcla entre soso, insulso, anodino e insustancial. Aparte de esto, poco malo podría decir de él.
Los ganadores no habían superado nunca la marca de Nilo Manrique en 2007 (69 %). El cubano atesoraba hasta ahora el récord, seguido muy de cerca por Rosa Benito en 2011 (68 %), Miriam Sánchez en 2008 (67,6 %), Maite Zúñiga en 2009 (66 %) y, algo más alejado, José Luis Losa en 2017 (60,9 %). Los demás no llegaron a pasar del grupo de los cincuenta y tantos. El porcentaje de ganador que logró anoche Jorge es, por tanto, muy superior a todo lo visto anteriormente. Del mismo modo que se puede decir sin ser demasiado riguroso en la crítica que se trata de un auténtico exceso, no merecido para alguien que destacó tan poco. Anoche, solo Yiya en plató defendió la idea de que el triunfo de Jorge era algo insólito. No diría yo tanto. Repito que me ha parecido buen concursante y cualquiera que ganase lo tenía merecido. Pero si hablamos de un récord tan abultado no puedo por menos que expresar sorpresa e incluso cierta estupefacción.
Que Jorge ganaría a HugoJorgeHugo el duelo en el principio del programa estaba bastante claro. No solo por lo que revelaba nuestra encuesta, sino por la torpeza enorme de un rival capaz de conseguir caer mal a una parte importante de la audiencia con sus quejas más o menos fundadas, que dependiendo del momento y el modo de expresarlas pueden fácilmente parecer caprichos de prima donna. Hugo ha cuidado poco la recta final de su concurso. Me resulta imposible de entender qué diablos pretendía exigiendo un bungalow para él solo porque necesitaba aislarse de sus compañeros. Como tantas otras veces ha pasado, lo peor fue el tono empleado.
Esa mezcla de desprecio al semejante y divismo de estrella del balompié no puede gustar a nadie salvo que esté entregado a su causa de manera ciega y acrítica. Aun habiendo sido un concursante excelente, principal protagonista de la edición, no es sensato comportarse como si fuera Cristiano Ronaldo. He defendido al Hugo que se permite el lujo de decir en cada momento lo que piensa. Un concursante sincero y sin filtros, justo lo que he venido buscando durante los 18 años que llevo comentando realities, cumplidos durante este Supervivientes 2020. Hasta he llegado a hacer el esfuerzo de comprender su enfado en la primera semifinal, aunque creo que su experiencia televisiva es suficiente para entender los códigos que funcionan en un programa, que prioriza la conveniencia del espectáculo sobre el cumplimiento estricto de la igualdad entre los contendientes. Esto es un programa de entretenimiento, no la final olímpica de gimnasia deportiva.
Con todo, me quise poner en su lugar y entender ese desabrido enfado expresado de manera equivocada, pero siempre sin perder las formas. Sin embargo, no puedo defender su postura de anoche. Negarse a presenciar la decisión final de la audiencia y felicitar al ganador no es la actitud deportiva de la que había presumido siempre. He llegado a disculpar su mal perder con un símil deportivo, pero quien pierde una final de baloncesto felicita siempre al ganador. Imposible defender a este Hugo desconsiderado con su rival y, diría incluso, con la audiencia de la final.
Seguramente muchos de sus partidarios se alegrarán de su gesto de desprecio hacia el programa en el que ha estado participando durante casi cuatro meses. Un desprecio extensivo hacia el equipo que lo realiza. Anoche Lara no sabía explicar por qué no estaba Hugo presenciando el momento que Omar Montes iba a entregar el simbólico cheque al ganador. Me consta que ese equipo mima a los concursantes por igual, lo cual es justo y humano agradecer por encima de cualquier circunstancia adversa o decepción que estuviera viviendo este concursante. Plantar al programa en ese momento crucial de una final tan complicada en una edición no menos difícil para todos puede ser visto por su legión como un gesto simpático, pero en realidad es de un mal gusto y una chulería que calificaría como despreciable. Se mire como se mire, no es de recibo.
Hugo consiguió anoche que en esta crónica de la final hable más de él (aunque sea mal, como decía Salvador Dalí) que del ganador. Cuando perdió con este el duelo aseguró que se retiraba de la tele porque no participará en ningún reality más. Antes habría que saber si lo iban a llamar. Lo cierto es que tampoco hay tanto reality, no sé si da para ir retirándose. Igual lo entendí mal, pero diría que Hugo reconoció haberse equivocado por tener la “boca grande”, como arrepentido por algunos de sus gestos y reconociendo que por eso quedaba fuera de la lucha final. Coincido con ese discurso, incluso cuando lo estropeó un poco afirmando que en la vida hay que ser real y educará a su hijo para que sea siempre sincero, o algo así. “A mí me gustaría tener un padre que me enseñara a perder”, terció Jorge Javier. Pues también, he de decir. No son cosas incompatibles.
Una vez despejado el arbolado quedaban Jorge, Ana María y Rocío como finalistas de la segunda parte de la parte contratante de la final. Los finalistas definitivos, dijo Jorge Javier, y al escucharlo tuve la tentación de exigir un certificado que lo asegurase. Ya puedo decir que así fue. La primera eliminatoria consistía en sujetar unas trampillas para evitar que les cayera arena de la playa sobre la cabeza. Teniendo en cuenta que Ana María y Rocío tienen el hombro más salido que un estudiante de Erasmus no había mucha duda de que caería una de ellas. Debo confesar que Rocío aguantó mucho más de lo que esperaba. En Honduras solía tirar la toalla no más allá de pasados 10 segundos de prueba. La perdedora de esta primera eliminatoria se enfrentaría a un televoto con quien perdiera la segunda y otro televoto (también definitivo) decidiría el ganador. Y la segunda eliminatoria era una prueba de apnea. Esa es una de las pruebas míticas en las finales de Supervivientes, a juego con las que tienen como protagonista el fuego. La apnea nos ha dado grandes momentos de emoción, lo cual no se repitió anoche. Lamentablemente, Jorge salió apenas habían pasado 17 segundos. ¡17 segundos! Es que no había mejor forma de demostrar que el premio le venía grande (no digo nada el porcentaje de los votos).
Ana María, con media cabeza fuera del agua (lo cual no sé si es una ventaja porque reduce la presión a la que está sometida) y la manita tapando su nariz, no tuvo que luchar mucho para ganar la prueba de apnea. Una lástima, porque conociéndola hubiera sido capaz de aguantar mucho para asegurarse estar en la recta final de la segunda final, que a su vez era la parte final de la recta final del programa. Creo que es algo así. Decepcionante lucha (final, sí) en una apnea que no tuvo emoción. Y así transcurrió la final hasta que terminó (o sea, hasta el fin). Con un Jorge diciendo que era Ana María quien merecía ganar. “Lo digo porque lo pienso de verdad”, aseguró Jorge para disipar las dudas de si estaba siendo bienqueda. Me hace mucha ilusión (adviertan mi ironía) como espectador ver que el ganador considera más justo el triunfo de su rival.
Si Jorge terminó ganando con más del 80 % de los votos no quiero saber por cuánto le ganó a Rocío el segundo voto de la noche. Luego vinieron las preguntas a los dos últimos finalistas y el duelo del último voto entre ambos. Ana María estuvo menos folclórica que de costumbre, supongo que por ponerse a la altura de falta de emoción que imprimía el ganador. Y este se enredó en un discurso sobre el equipo, una idea romántica frustrada, al parecer. “Por el camino me encontré que no todas las personas querían hacer ese equipo”, afirmaba Jorge. Me pareció como si estuviera haciendo terapia. “Hola, me llamo Jorge y voy buscando un equipo”. Aquí hubiera encajado bien la sintonía del ‘Equipo A’: “Buscados todavía por el gobierno sobreviven como soldados de fortuna, si usted tiene algún problema y se los encuentra quizá pueda contratarlos”. Una vez proclamado ganador dio las gracias al pirata Morgan. A ver, Jorge, que es un muñeco. ¡Solo es un muñeco!
Imagino a Lara Álvarez agradeciendo anoche que le quitaran las dos antorchas que coronaban su presencia al principio de la final. No porque dieran calor ya que la noche en Madrid era más fresquita, sino por la superpoblación de mosquitos tamaño king size que rodeaban el fuego. Llegué a temer que se hicieran con el poder y le quitasen el premio al ganador.
Para matar el tiempo antes de la final les pusieron a pescar en una especie de lago, imagino que artificial, que hay en el complejo hotelero donde han estado pasando la cuarentena. Rocío dudó entre acabar con el futuro ganador de un remazo o echarse un sueñecito mecida por el movimiento de la barca. Si llegan a hacer algo así en Honduras no me hubiera extrañado que se comieran las lombrices que les dieron. El cebo vivo cuando hay hambre se puede convertir en delicatessen.
Estuvo inmenso Omar Montes entregando el cheque a Jorge. “Te puedes ir a Andorra, como los youtubers”, le dijo al ganador. Y este, muy formal, respondía: “Muchas gracias por tus palabras”. Al final le tendré que agradecer a Jorge estos momentos.
Lástima que la noche se torciera tanto para Hugo porque había empezado de buen humor, comentando lo mucho que le gusta el calzado femenino y, de paso, haciendo publicidad de la tienda de zapatos en la que trabaja la mujer de Jesús Molinero, a la sazón exsuegro y amigo. No sabe nada, Hugo. También protagonizó mi momento preferido de la noche, con su madre cabra en mano aplastando la cara contra el plástico mientras no terminaba de meter más que las manos en el invento ese horrible de los abrazos. Me pareció un detalle que la señora se apresurase a explicar a su hijo por qué diablos llevaba una cabra de peluche, no fuera a creer que había enloquecido en estos meses.
Por cierto, hay debate el domingo. Y este gato se debate (¡toma juego de palabras!) entre comentarlo o no. Si Hugo monta un pollo no dude el lector que será un sí.
Tengan cuidado ahí fuera, amigos.