Se sigue comentando la actitud de Hugo, apartado del equipo excepto cuando decide tomar las riendas en las pruebas de recompensa. Hugo está enfadado con el mundo, receloso y frustrado porque no se reconoce su valía. Creo que también se siente no demasiado bien tratado, probablemente con razón. Aunque, en realidad, lo que le pasa a Hugo es que está molesto con él mismo porque creía que iba a arrasar y no ha sido tanto así. Estaba convencido de que esto sería llegar y besar el santo, demostrando ser más fuerte, más listo, más sensato y estar mejor preparado que los demás. La cruda realidad ha transformado sus deseos y nos ha ofrecido un buen concursante sin más. No es poca cosa, salvo si la expectativa pecaba de ambiciosa.
Hugo, al igual que el resto de concursantes, debería demostrar que es un ganador, independientemente de su acierto en las pruebas, si pesca más o menos o logra hacer fuego solo una vez de cada diez intentos. La actitud es lo que vale, y los ganadores lo llevan en su ADN, hagan o no un buen papel. Pondré algunos ejemplos procedentes del saber popular. Un ganador sabe que el resultado de las cosas depende de él; un perdedor cree que la mala suerte existe. Aquí Hugo es claramente perdedor. Le contraría perder, lo cual le hace sentir que tiene a todo, y a todos, en contra. Es verdad que el recelo hacia este concursante entre sus compañeros ha podido ir en aumento por temor a que fuera proclamado ganador antes de tiempo. Pero esa es una adversidad previsible, esto es un concurso y todos quieren ganar.
También ha tenido Hugo mala suerte con algún malentendido. Este martes Carlos Sobera interpretaba un gesto suyo como que no le había gustado ver salvarse a Barranco. Sin embargo, la realidad es que Hugo había ido a recoger la peluca de Yiya para entregársela a su compañera, como buen gentleman que es. Se disculpó inmediatamente el presentador, lo cual le honra, pero eso no evitó el comentario de un Hugo dolido que se siente atacado por todos: “Carlos, la tienes conmigo, ¿eh?”. Un ganador sabe que el infortunio es el mejor de los maestros; un perdedor se siente víctima de la adversidad.
En cuanto a la distancia de Hugo respecto al grupo en los últimos días, él mismo lo ha justificado explicando que necesita estar solo a veces. Elena abundó en ello diciendo que es muy independiente. Pero no todos lo saben interpretar bien. Un ganador trabaja muy fuerte y se permite más tiempo para sí mismo; un perdedor está siempre muy ocupado y sin tiempo ni para los suyos. Tampoco se entiende su compromiso con las pruebas y el hecho de que tome la iniciativa intentando llevar al equipo hasta el triunfo. Para Elena eso es que le gusta demasiado mandar a los demás, lo cual sería incompatible con el espíritu independiente que ella misma describe. Hugo busca la mejor forma, una estrategia adecuada para ganar las pruebas, mientras la mayoría se sienten cómodos haciendo lo que el otro diga. Un ganador dice: “Debe haber una mejor forma de hacerlo”; un perdedor dice: “Esta es la manera en que siempre lo hemos hecho”.
Su exitoso pasado en Gran Hermano le perjudica. Entonces se dijo que era frío y que había exagerado la situación para jugar el papel del concursante que soporta en soledad la enemistad de todos. Nunca creí ni una cosa ni la otra, pero injustamente caló esa idea. Ahora se vuelve a decir que se aparta para dar la sensación de que todos están en su contra. Tampoco lo veo así. Veo que se le están poniendo las cosas difíciles por miedo a que arrase. Y eso que no se ha salvado nunca de una nominación en la ceremonia de los martes. Pero es algo que flota en el ambiente, posiblemente también sea la razón por la que le han tenido un especial respeto durante bastante tiempo. Debería cuidarse Hugo de no perder ese respeto, de no dar más problemas de los que resuelve. Un ganador es parte de la solución; un perdedor es parte del problema.
Y luego está el resto, la mayoría de los cuales parecen una carreta vacía. Lo explico. Un día me llevó mi abuelo a dar un paseo por unos pequeños pueblos cerca de Madrid. Se detuvo en una curva y, después de un breve silencio, me preguntó: “Además del canto de los pájaros, ¿escuchas algo?". Puse toda mi atención y al cabo de unos segundos respondí: “Estoy escuchando el ruido de una carreta”. “Exacto”, dijo él, y añadió: “Es una carreta vacía”. “¿Cómo sabes que está vacía, si no la estamos viendo?”, pregunté yo. La respuesta de mi abuelo fue esta: “Es muy fácil saber que una carreta está vacía por el ruido. Cuanto menos cargada está la carreta mayor es el ruido que hace”. Por eso hoy, años después de ese momento, cuando veo a una persona hablando demasiado, alguien inoportuno y que interrumpe a todo el mundo, tengo la impresión de estar escuchando de nuevo la voz de mi abuelo diciendo: “Cuanto menos cargada está una carreta mayor es el ruido que hace”.
Rocío hacía un corte de mangas con peineta incluida a José Antonio después de que este la atacase diciendo: “Has venido a limpiar tu imagen. Porque la tenías muy manchada”. Y luego remataba: “Tienes el corazón negro”. Que toda la respuesta de Rocío a las barbaridades de José Antonio sea una peineta con corte de mangas dice mucho a su favor. Y que haga los dos gestos en uno es una economía del esfuerzo muy acertada, a juego con su tendencia natural a discutir tumbada, sin ni siquiera molestarse en incorporarse un poco. Rocío sigue demostrando una templanza admirable en los enfrentamientos, así como una paciencia infinita con este compañero concretamente.
José Antonio intercala una verdad en medio de diez mentiras, como si estuviera proponiendo el juego de saber dónde está lo cierto. Me arriesgo a apostar por algo que es verdad: Rocío se cree superior a los demás. Pero no creo que sea una mentirosa compulsiva. “Llevas mintiendo desde los 18 a los 23”, le dijo José Antonio. Igual estaba describiendo lo que hace él. Luego Rocío optaba por retorcer el argumento para responder a algo no dicho. Había sido cuestionado si no debía avergonzarse de lo sucedido el “día de marras”, y ella salió de esa como sigue: “Ni me avergüenzo de mi padre, ni de mi madre”. Entonces aprovechó para proclamar que siempre va a querer a su madre, a pesar de que esta no quiere saber nada de ella y hace la torta de años que ni se hablan. Todo perfecto, pero nadie habló de que tuviera un sentimiento de vergüenza hacia sus progenitores. Diría que Rocío tiene un máster en maniobras de despiste.
Se me vislumbra que el enfrentamiento entre Rocío y José Antonio no va a acabar bien. Que hoy fuera el expulsado podría ser la salvación para una concursante que no había previsto una dificultad como esta. Es decir, un compañero que mientras todo fue bien la cuidó e hizo la pelota en grado máximo. Pero cuando hubo una mínima dificultad aprovechó para sacar lo que más podía dolerle. José Antonio es capaz de hablar del “día de marras” o de lo que sea con tal de hacer daño. Me impresiona ver personas que no tienen medida ni límites. José Antonio es una joya como concursante, pero también una persona que intentaría tener siempre lejos de mí.
Esta noche viviremos otra expulsión importante. José Antonio, Nyno o Yiya. La semana pasada Yiya dio la sorpresa y se salvó, igual José Antonio es la sorpresa de hoy. Además, volverán a jugarse la localización y habrá una nueva ronda de nominaciones. Los jueves no serían iguales sin nuestra ración de Supervivientes 2020.
Por cierto, hoy se cumplen 20 años del estreno de Gran Hermano en España. El programa es una parte importante de la historia de Telecinco. También de nuestra historia. Y permítanme decir modestamente que de la mía. Hace unos días se me venían a la memoria unos versos del tango ‘Volver’ para celebrar este importante aniversario:
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada
Errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir
Con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez
No quisiera que Gran Hermano fuera un dulce recuerdo en lugar de una palpitante realidad.