Drama con una cámara de fotos
Entrar en Telecinco es más difícil que pasar la puerta de embarque de cualquier aeropuerto tras dejar bien claro que piensas estrellar el avión contra el Pentágono. Y no me refiero a entrar en Telecinco en el sentido de conseguir un trabajo, una mesa, localizar la máquina de café y tener un email corporativo y un sueldo digno, sino entrar en Telecinco en sí misma, en sus instalaciones, cruzar con dignidad las puertas correderas una vez abandonas el parking.
Y si hay algo más difícil que entrar en Telecinco es volver a entrar una vez has salido, máxime si llevas contigo una cámara de fotos. Me explico. Pacía yo feliz por el parking, observando a las cincuenta o sesenta personas que esperaban emocionadas a que les llevasen a los Estudios Picasso para ser público de Aída, para contaros a vosotros, amiguitos, cómo estaba el percal. Estaba entre mis encargos hacer alguna foto para ilustrar esta entrada del blog. El acceso por el que entra el público, que no es el mismo por el que entramos los demás, tiene el siguiente cartel:
PÚBLICO/PAQUETERÍA
Lo encontré muy divertido. Los malpensados podrían cabrearse pensando en que son tratados como envíos de correos y van a pasar por una cinta de rayos X. Yo mismo, como tenga que quedarme prácticamente desnudo en la puerta un día más para que me dejen pasar, me ofreceré para introducirme directamente todo yo en la cinta de rayos X y no tener que quitarme el cinturón (con el riesgo de que se me caigan los pantalones y crear un cómico momento en recepción como una vez que crucé corriendo la Gran Vía cargado de bolsas y se me cayeron los pantalones en el paso de cebra).
Pero dejo de divagar. Todo esto viene a que cuando iba a sacar una fantástica foto (al final sólo me dio tiempo a sacar esta de arriba) al cartelito de marras, dispuesto a lograr una composición adecuada para que la distribución del público y la situación de la palabra “paquetería” cobrasen un sentido simbólico que me hiciese ganar un premio de fotografía del ayuntamiento, justo en ese instante, los de seguridad me dijeron:
-No se puede hacer fotos aquí, SI QUIERES SACAR FOTOS TE VAS FUERA.
A lo que uno, si tuviese valor, respondería que a ver para qué quiero yo sacar fotos de la autopista y de la parada de autobuses. Pero en su lugar, apañadito y servil, intenté volver a entrar –y a sacarme las monedas, el móvil, el mechero, el cinturón y las granadas de los bolsillos–, quedándome sin cámara.
-Te la devolveremos cuando seguridad la haya comprobado –me dijo muy amable la mujer de seguridad tras pedirme mi nombre y DNI, que es el típico eufemismo que te sueltan cuando quieren decirte “creemos que quiere volar usted nuestras instalaciones y vamos a evacuar, pase a la sala de espera”.
Llamé a mi jefa en el ente, a la que indiqué que ya había pasado el detector de metales y me había quedado sin cámara. Peeeeero, añadí, si quería pasar por esa especie de torno que no sé cómo se llama pero es igual que las que hay para entrar en las estaciones nuevas de metro, tendría que salir ella a buscarme.
Respondió resoplando:
-Voy.
Recuperamos la cámara, acordamos que alguien me daría un chisme –lo llaman algo parecido a gin fizz, ese cóctel tan rico que sabe a limón pero es ginebra pura y sólo dos hacen que salgas volando– que me permitiría la entrada sin problema a la cadena en días venideros y después, cuando me di una vuelta por los pasillos para llegar al despacho de los directores, vi a Bibiana Fernández –que saludó muy amable– y a Óscar Martínez y Belén Esteban –que no–. Sospecho que el día en que me dejen entrar como quien no quiere la cosa y hasta me saluden cordialmente echaré de menos todo este numerito. Con lo occidentales que somos aquí, con lo que nos gusta el conflicto.