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Fin a la odisea noruega con un último día lleno de niebla, frío y mucha superación

Hilo Moreno 05/12/2016 17:53

Creo que esa fue una de las peores noches que he pasado en este tipo de viajes. Montamos nuestra tienda sobre un firme completamente irregular lleno de agujeros, piedras y hondonadas. Toda la ropa estaba mojada y nuestros sacos de dormir resbalaban en el terreno en cuesta. Esa noche hizo frío y hubimos de despertarnos muy pronto si queríamos llegar a tiempo para coger el tren que llegaría al aeropuerto justo a tiempo para no perder mi vuelo a Madrid.

Al amanecer esperábamos la salida del sol para que secase nuestras ropas o al menos nos permitiese remar con cierta temperatura pero amaneció totalmente cubierto de una niebla espesa que no te permitía ver más allá de diez metros. Por ello nos tuvimos que vestir, de nuevo, con toda la ropa completamente calada del día anterior: mallas, camiseta, calcetines etc.

Tras ese acto del más puro masoquismo que realizamos con poco estoicismo y entre gritos y juramentos, nos echamos al agua con visibilidad casi nula. Realizamos el último tramo del difícil río y salimos a un lago donde la niebla había creado un paisaje fantasmagórico, y la quietud y el silencio eran totales. Por fin avanzamos con un poco más de ritmo en busca del último río que nos llevaría al final del viaje.

Otra vez encontramos la salida del río mucho más cómoda de lo pensado y otra vez volvimos a pensar que lo difícil ya estaba hecho y que sólo nos quedaba por recorrer un camino de rosas. Otra vez nos equivocamos.

El río aumentó de caudal y nuestros 'packrafts' ya no se quedaban enganchados por la falta de agua, pero los rápidos eran muy grandes, más de lo pensado. Continuamos el descenso evaluando en qué momento sería más sensato abandonar el río y continuar por tierra con las bicis.

Ese momento se nos presentó de golpe cuando el río se convirtió en un hervidero de espuma blanca en el que, tras descender unos seguidos trenes de olas, decidimos que la sesión de aguas bravas había concluido por este viaje. Como dije, no es fácil descender rápidos con una bicicleta encima.

Salimos a la orilla y cargamos todo nuestro material en las bicis. El sol por fin salió de nuevo calentando nuestros cuerpos y comenzamos el descenso hacia el fondo del valle. El terreno era finalmente amable y apenas tuvimos que portear nuestras bicicletas pudiendo rodar sobre ellas con soltura.

Tras unas horas comenzaron a aparecer los primeros árboles y nos vimos sumergidos de improviso en un bosque teñido con los colores del otoño. Pedaleando por el bosque llegamos, sin más contratiempo, hasta el aparcamiento donde vimos los primeros símbolos de civilización en unos cuantos días.

Habíamos cruzado parte de dos parques nacionales, remado por lagos y ríos con rápidos, habíamos pedaleado por la tundra y por el bosque y concluíamos nuestro viaje, más o menos, según el calendario.

Ahora solo teníamos que llegar a tiempo para coger el tren y el avión a casa, pero esa es otra historia y otra aventura.