El meteorólogo de la Antártida: "Cuando salís de la base, me quedo mirando por la ventana para ver si he acertado"
Todas las tardes, a las 19:30, Sergi Gonzàlez se sienta sobre uno de los sofás del nuevo módulo de habitabilidad de la base antártica Juan Carlos I y se dirige a los técnicos y científicos de la estación que se arremolinan a su vera. Es nuestro hombre del tiempo. Cruza las rodillas y se remueve en su asiento nervioso mientras anuncia que al día siguiente las nubes volverán a ser bajas y, de nuevo, aparecerá la lluvia.
Sergi Gonzàlez Herrero nació en Sabadell en 1985. Esta es su segunda campaña y mucho me temo que no la última, pues parece que le ha picado el bicho polar. Además de trabajar como predictor en la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y pasar la campaña antártica en la base Juan Carlos I, el pasado año tuvo su bautizo ártico al colaborar con el proyecto 'Trineo de Viento' en la Expedición Río de Hielo Groenlandia 2017. Durante la expedición nos envió precisos boletines meteorológicos para hacernos más fácil nuestra expedición.
Siempre pienso que la profesión de predictor meteorológico tiene un punto ingrato, pues a veces parece que el hombre del tiempo, más que predecir la meteo que viene, es el responsable de la misma. Y por ello recibe las recriminaciones de los interesados. No debe ser fácil que todo el mundo te pregunte si va a llover mañana y tener que dar que dar noticias no siempre al gusto de todos. Pese a ello, Sergi siempre acoge con una sonrisa a cualquier interesado en recibir una predicción personalizada pues nuestro trabajo aquí siempre está a sujeto a las inclemencias del tiempo. Sea en el pasillo o en el comedor, Sergi te atiende con una sonrisa y se desvive para ayudarte en todo lo posible. Vamos a conocerle un poco más:
H.M. ¿En qué momento decidiste dedicarte a la meteorología?
A mí de pequeño me gustaba bastante la meteorología, pero luego empecé a hacer otras cosas y la verdad es que me olvidé de ese campo. Estudié ciencias ambientales pero, aunque sea licenciado, nunca me he considerado ambientólogo. Un día vi una publicidad del posgrado de meteorología y me dije: ya sé lo que quiero hacer. Entonces encaré todo hacia ese camino.
¿Y cuándo te empieza a interesar la meteorología polar?
Todo empezó cuando estaba haciendo el curso de AEMET donde escuché acerca de un grupo que iba a la Antártida, hacían meteorología y predicciones para la base. Me pareció un reto.
¿Pero el interés nace de las ganas de aventura o por curiosidad científica?
Las dos. Ir a la Antártida era hacer algo especial, un reto, el poder participar en una expedición real. La aventura es muy atractiva (se ríe). Pero luego, me di cuenta de todo lo que falta por aprender de este lugar, en cuanto a investigación se refiere. Entonces me dije: voy a dedicarme a ser meteorólogo científico polar.
¿Recuerdas cómo fueron tus impresiones la primera vez que llegaste a la Antártida?
(Risas) Lo primero fue una gran decepción al llegar. Bajar del avión todo ilusionado y saltar a un lugar (Rey Jorge) donde hacía mucho calor, yo iba muy abrigado y me tuve que quitar toda la ropa que llevaba por el calor que hacía. Y el mirar alrededor y ver el barrizal, la pista de aterrizaje y lo feo que era todo. Luego llegó la hora de subir al Hesperídes y ahí cambió todo. Monté en la zodiac que nos llevaba al barco e hicimos una navegación entre témpanos que fue de las mejores experiencias que he tenido: los pingüinos saltaban, hacía un día espectacular. Fue una jornada de contrastes: una gran decepción pasó a ser una experiencia alucinante.
La Antártida es un sitio único pero también vivir en una base polar también es algo muy especial, ¿no?
Muchísimo.
¿Qué cosas te llamaban la atención?
Lo primero que me resultó curioso fue que yo vine en un principio en busca de la aventura, de vivir la Antártida y al final terminó enamorándome más la convivencia aquí, la gente, la base … Es algo totalmente distinto, ¡hay mucha convivencia! Luego uno se acostumbra a vivir rodeado de tanta belleza pero, si lo piensas, es algo muy espectacular y único. Me gusta vivir un tiempo de manera diferente. El estar rodeado constantemente de ambiente científico y de exploradores lo convierte en una experiencia día a día muy interesante.
¿Cómo es ser predictor en una base científica?
Me gusta hacer una predicción personalizada. Primero pregunto cuáles son las necesidades y en función de ellas realizo la predicción. No es lo mismo la predicción que necesita un guía de montaña que va a trabajar en el glaciar que un patrón que estará en el mar y, claro, ambos tienen unas necesidades totalmente distintas. Me gusta mucho más hacer la predicción de tú a tú que realizar los boletines, me interesa hablar con la gente cara a cara y luego también durante el 'briefing' de las 19:30 contárselo a todo el personal de la base en directo.
*Imagen: Sergi dando un 'briefing' de predicción meteorológica al equipo de la Antártida / AEMET
¿Sientes la presión de acertar con tus predicciones?
Esa presión siempre está ahí. Primero porque si fallas luego te vacila la gente (risas). Pero sobre todo porque nosotros hacemos unas recomendaciones para que podáis trabajar (Sergi se refiere al equipo de guías montaña de la base en el que me encuentro) con comodidad en sitios donde puede haber riesgo. Cuando os vais a trabajar ahí yo estoy todo el rato nervioso mirando por la ventana a ver si he acertado o no.
¿Hay mucho vacile en la base con los aciertos o fallos en los boletines?
Hay una frase que lo resume todo: "Al predictor no se le juzga por si acierta o no con su predicción sino que se le juzga por el tiempo que haga". O sea, que no importa el producto final de tu predicción, siempre se van a quejar de ti en caso de que haga mal tiempo, aunque hayas acertado con tu boletín (entre risas).