Los premios son importantes y, si son de comida, mejor que mejor. A nuestra expedición Río de Hielo traemos jamón, lomo y queso manchego en abundancia para disfrutar todos los días. Cortado cuidadosamente y empaquetado al vacío en raciones diarias. Esta es nuestra recompensa al trabajo durante el día en el frío.
En general este tipo de caprichos, aunque puedan parecer mínimos, suponen un gran aliciente en una expedición donde el esfuerzo constante y el frío hacen mella en el ánimo. Un pequeño capricho puede hacerte cambiar el día. Yo siempre procuro darme regalos de ese tipo en mis viajes.
En mi primera expedición polar que hice a una isla del ártico cerca del Polo Norte llevamos chorizo para alegrarnos el día. Chorizo y queso manchego que cortábamos al final del día y con el que gozábamos al terminar cada jornada. Cuando estaba tirando de mi trineo a menos de treinta bajo cero, pensaba en esa pequeña recompensa al final del día y me alegraba la marcha.
En mis viajes en canoa por el Ártico canadiense decidí llevarme una pequeña cafetera y café de calidad. ¡Se acabó el café instantáneo en las expediciones! Por las mañanas, cuando a veces el momento más difícil del día es salir del saco de dormir, la simple idea de un buen café recién hecho me hacía saltar como un resorte del mismo para encender el hornillo y poner en marcha mi pequeña cafetera italiana.
A mí no me gustan las chucherías, nunca les he encontrado demasiada gracia. Pero me aficioné a los chupa-chups esta temporada en la Antártida mientras trabajaba de guía y adquirí la costumbre de meter uno de estos caramelos en mi chaqueta todos los días. De sabor cola. Por un lado, me recordaba a mi hija, a quien le vuelven loca los caramelos, y, por el otro, me hacía concederme unos minutos para mí y para disfrutar de algo rompiendo la rutina del trabajo. Pequeñas alegrías que ayudan a pasar el día.