¿Qué hace una tienda de CD's a orillas del Vjosa y en medio de la nada?
Continuamos nuestro viaje río abajo hacia el mar Adriático remando sobre las aguas del último río salvaje de Europa: el Vjosa.
Aquello que nos habían comentado sobre el río es cierto y, pasada la ciudad amurallada de Tepelene, los rápidos cesaron. El río recibe algún afluente más a partir de ese punto y gana en tamaño y caudal. Se acabaron las aguas someras en las que, algunas veces, costaba progresar con nuestros 'packrafts' y, desde ese momento, la corriente nos desplazó suavemente río abajo.
En ese tramo del Vjosa nos alejamos bastante de toda civilización y no hubo rastro de pueblos o núcleos urbanos durante un buen trecho. Había aves por todos lados: garzas de diferentes tamaños y colores así como patos y rapaces. Lo que seguimos viendo son pescadores que siempre aparecen como surgidos de la nada y pescan con toda suerte de aparejos: redes, cañas, sedales y otras trampas y técnicas que jamás había visto.
En un momento determinado el río se ensancha y ramifica en varios brazos al final de una especie de cañón en el que confluyen todos ellos bajo unas laderas rocosas. En ese punto apareció frente a nosotros los restos de una gran presa que nunca llegó a terminarse.
Ya hemos dicho que el rió Vjosa y ninguno de sus tributarios esta represado; es ello lo que le otorga el apelativo del último río virgen de Europa. Pero su cauce está amenazado y lo estuvo también en un pasado, cuando una empresa italiana comenzó las obras para esta gran presa. El proyecto, a medio construir, se quedó sin fondos y ahora permanece la obra abandonada a las orillas del curso de agua en mitad de la nada. Alguna excavadora yace entre el polvo y enormes cimientos surgen del río y de las orillas pero este no llegó a estar represado en ningún momento. Y así sigue.
Al final de ese largo día y mientras buscábamos un lugar donde acampar, una estructura metálica junto a una de las orillas llamó nuestra atención. Al acercarnos a ella descubrimos una pequeña tienda de CD's en la que, además, vendían productos de comer y beber. Jamás hubiésemos imaginado un descubrimiento similar en semejante lugar.
En seguida entablamos relación con Joni, su propietario. Con él bebimos y comimos, y pasamos largo rato hablando. Nos habló del río y de sus proyectos y ambiciones turísticas, también conversamos sobre Albania y de muchas cosas más. Cuando ya nos disponíamos a encender nuestros hornillos para preparar la cena, él insistió en llamar a un restaurante por teléfono.
Como surgido de la nada un coche apareció y nos desplegó un menú en el que pudimos elegir nuestra cena gracias a la mímica y a un poco de imaginación. Veinte minutos después el coche volvió a aparecer pero esta vez con nuestra comida: pollo, patatas fritas, ensalada griega y espaguetis. Así cenamos como reyes en este rincón salvaje de Europa.
Al día siguiente comenzaría la ultima parte de nuestra navegación: aquella que nos dirigiría a la desembocadura del río. El delta del Vjosa quedaba muy cerca y en breve, si todo iba bien, palearíamos por las aguas saladas del mar Adriático.