Tras unos cuantos días trabajando en el glaciar, midiendo estacas situadas sobre el hielo para determinar el movimiento del mismo, y recorriéndolo de un lado a otro con esquís y motos de nieve, fuimos concluyendo nuestro trabajo en él.
Para finalizar, debíamos recorrer la zona más expuesta de uno de los glaciares en que las estacas a medir están situadas en el frente, es decir, en el lugar donde el hielo cae al mar.
Además de ser un lugar expuesto por la gran cantidad de grietas que en él se encuentran, es un sitio libre de nieve en el que el hielo aparece desnudo pero recubierto por una capa de ceniza proveniente de la última erupción del volcán de isla Decepción, situada cerca en dirección sur.
Es por ello que el hielo adquiere un color negruzco, mezcla de ceniza y tierra. El hielo se tiñe de mil tonalidades de grises y negros que se funden con los azules y el blanco del hielo: todo un espectáculo.
Circular por esta zona ha de hacerse con suma precaución y lo hacemos encordados para que nadie pueda caer en una grieta. Es una especie de laberinto donde es difícil encontrar el camino que nos conduce de una estaca a otra, sorteando grietas o saltándolas cuando las dimensiones lo permiten.
Cuando nos dirigíamos a la última de las estacas, aquella que está situada en el límite del hielo, nos dimos cuenta de que esta se encontraba justo sobre un filo, al que era imposible llegar y parecía que pendiese del mismo casi a punto de precipitarse al agua.
Tras acercarnos un poco decidimos que era demasiado arriesgado llegar a ella para efectuar la medición, y decidimos abandonarla y emprender el regreso.
De esta manera finalizamos nuestro trabajo en el glaciar, en uno de los lugares más curiosamente bellos por los que los técnicos de montaña de la base Juan Carlos I trabajamos.