Aunque vivamos en una isla en la Antártida llena de hielo y separada cientos de kilómetros de tierra firme, tenemos vecinos. En la isla que estamos, llamada Livingston, existen más bases de otros países. Algunas son solo pequeños campamentos o refugios, como los de 'Cabo Shirreff' o la península Byers. Allí pasan los meses de verano algunos investigadores americanos o chilenos, pero apenas tenemos contacto con ellos puesto que su aproximación es compleja. Sin embargo, muy cerca de la Juan Carlos I, se encuentra otra base, nuestros auténticos vecinos: la estación científica búlgara San Clemente de Ohrid.
*Imagen: este es el edificio de la base búlgara de San Clemente de Ohrid
A finales de los ochenta, la base española y la búlgara comenzaron su actividad en isla Livingston, separadas ambas por un corto tramo de mar o un viaje de menos de una hora por el glaciar. Es por ello que se ha desarrollado desde entonces una intensa camaradería, apoyada en la ayuda mutua que ambos grupos se han prestado siempre.
Es, sin duda, el mejor ejemplo del espíritu antártico del que hablaba en la última entrada. Un espíritu que ha hecho que muchos búlgaros de la base aprendan español para comunicarse con nosotros o que se hayan forjado amistades endurecidas con el paso del tiempo y el frío polar.
*Imagen: capilla de la base San Clemente de Ohrid
Mano a mano y día tras día, colaboramos juntos en muchas labores, como el intercambio de material o el transporte de gasolina a través de su base que tiene un mejor acceso directo para el glaciar. También nos reunimos fuera del trabajo, para celebrar fiestas en Navidad o simplemente para conversar y festejar nuestros reencuentros. A veces, si el tiempo lo permite, hasta cae un partido de fútbol.
Así pasan los años y las campañas en ambas bases, volviendo puntuales cada verano antártico para la cita con una vieja amistad que crece con el paso del tiempo.
*Imagen: mapa de la Isla Livingstone, donde están la base española y la búlgara