Viajando a Marruecos
Hoy quiero compartir con todos vosotros el álbum fotográfico que corresponde al primer viaje de la sección de “Los viajes de Kiko” de la Revista Qué Me Dices!
Yo que acostumbro a viajar para disfrutar del hotel y relajarme, en esta ocasión cambié mi rutina por completo, llevando a cabo una aventura de 5 días por Marruecos en la que no hubo tiempo para el descanso, ya que era tan sumamente apasionante todo lo que tenía por ver, que no quise desaprovechar ni un solo minuto de ese viaje.
Casi 2.000 kilómetros en carretera durmiendo de 3 a 7 horas diarias, ¡y no me arrepentí ni un sólo segundo de esta decisión! Y nada mejor que estas fotografías para que os hagáis una idea del motivo de mi desvelo voluntario:
Necesitaba un lugar para relajarme y ser anónimo por unos días. Un destino por descubrir en el que disfrutar del buen tiempo sin perder la mitad del viaje en vuelos, donde conocer otra cultura y vivir una aventura fascinante.
Ese lugar que ha cubierto todas mis expectativas ha sido Marruecos, un país lleno de contrastes, de rincones de ensueño, de habitantes hospitalarios, de paisajes estremecedores, de palacios y hoteles de Las mil y una noches y de mezquitas recién encaladas.
He aprendido tantas cosas y he vivido anécdotas tan útiles y divertidas, que hoy quiero compartir con vosotros mis experiencias al otro lado de El Estrecho.
El 1 de enero, con la resaca de las fiestas navideñas, me encontré con mis amigos en Barajas. Teníamos unas ganas tremendas de partir, pero una última sorpresa mundana, o divina, nos esperaba en el bar de la T-4: ¡Tamara Falcó! ¿Tiene 31 años?, pues sin maquillar cualquiera diría que tiene 10 más. Por su culpa, despegamos media hora tarde. Se le fue el Santo al cielo con su café y su libro en el bar. ¡De traca!
Ya en Marrakech, nuestro primer destino, nos alojamos en Al Fassia, un riad de nueva construcción mitad marroquí mitad british muy confortable. Lo que más me impresionó de la Ciudad Roja fue su famosa plaza Jamaa el Fna, 20.000 metros cuadrados de superficie en forma de L cuajados de puestos de especias, tiendas de muebles, joyas, telas, cuenta cuentos, encantadores de serpientes… La imagen desde la terraza de El Café París no tiene precio con esa cortina de humo que se desprende de los puestos de comida. ¡Alucinante!
Su medina, sin embargo, es un caos total. Por sus callejuelas, a mi amigo le dieron un golpe en la espinilla con una carretilla y acabó sangrando, y a mi amiga casi le desencaja la mandíbula una bici a toda velocidad. Mi consejo es que hay que ir pegado a las casas y circular como los coches: derecha para ir, izquierda para volver. Y si quieres cruzar, ¡ponte a rezar! Porque allí te lleva la marea humana. Yo lo pasé un poco mal, así que avisados estáis los que tengáis agorafobia.
Visitamos la Mezquita Kutubía, con su minarete de 69 metros, gemelo de la Giralda de Sevilla; el Jardín Majorelle, residencia del diseñador Yves Saint Laurent, y el Jardín de la Menara, con un estanque gigante pero tan sucio que si caes... ¡sales con tres ojos!
No se os ocurra comer en Le Salama, junto a Jamaa el Fna: precioso, pero asqueroso. Todo lo contrario a Dar Moha, el único restaurante marroquí que ha tenido una estrella Michelín, emplazado en el lujoso riad que fue propiedad de Pierre Balmain. La cena fue una auténtica delicia y su propietaria, Khadija, un encanto. Seguro que volveré.
Nuestro siguiente objetivo fue Erfoud, a más de 500 km. al sureste de Marrakeck, en busca del gran desierto del Sahara.
Esa noche, derrotados del viaje en 4 x 4, dormimos en el Xaluca Maadid, un impresionante hotelazo en medio del desierto, en el que al entrar me encontré con una foto del Rey Juan Carlos porque es amigo del dueño.
No olvidaré aquella noche de estrellas. Nunca había visto tantas, ni tan brillantes. Sentí que estaba metido en una bóveda con millones de focos encendidos.
¡Mira que he viajado, pero jamás vi un cielo así! Una imagen mágica con la que me fui a dormir esa noche, sabiendo que mi despertador sonaría a las 4.00 h. para ver el amanecer en las Dunas de Merzouga, otro espectáculo de la naturaleza que jamás se borrará de mi memoria.
Tiré muchas fotos, pero os aseguro que ninguna hace justicia a la realidad. Lo que no me gustó fue enterarme de que el berreo de los camellos que te suben a las dunas se debe a los pisotones que reciben de sus cuidadores. Dicen que es la única manera de no caer al subir o bajar del animal, pero a mí me pareció muy cruel, como los monos de Marrakech arrebatados de sus madres en los bosques del Atlas. Ahora que lo sé, no volveré a hacerme una foto con ellos.
La medina más grande de Marruecos, y tercera del mundo, es la de Fez. Sin duda, la que más me gustó. ¡No me extraña que sea Patrimonio de la Humanidad! Un laberinto de 9.400 calles, organizado en 200 y pico barrios, donde se vende auténtica artesanía. Si entras solo, te perderás seguro, pero no correrás ningún peligro porque es como un Gran Hermano a lo bestia, con cámaras en cada esquina.
Yo conté con la ayuda de un guía que me mostró los rincones emblemáticos de Fez –Mausoleo de Mulay Idrís, la Puerta Bab Bou Jeloud, la Mezquita Al Karaouine...–, y que llevaba consigo una bonita historia de amor. Su mujer era española y la había conocido enseñándole la ciudad, es decir, que habían vivido la auténtica ‘pasión turca’. ¡Qué cotilla soy! Le pregunté de todo, y a ella también porque esa tarde nos acompañó.
Lo que más me impresionó fue la Curtiduría Chouwara, esa plaza llena de bañeras de mil colores donde tiñen las pieles. Te dan yerbabuena para que camufles el fuerte olor, pero tampoco es para tanto. Eso sí, en verano, con temperaturas de más de 40 grados, dicen que es insoportable. Allí te explican cómo se realiza todo el proceso… Me impactó saber que los curtidores son conscientes de que sólo podrán realizar unos años este durísimo trabajo porque perjudica seriamente la salud. Durante un buen rato, no pude apartar la vista de esos héroes que arriesgan su vida por amor a los suyos.
La noche en Fez fue movidita, sobre todo por la chica que bailó la danza del vientre durante la cena. Yo creía que estos bailes te dejaban un tipín bárbaro. Pues no. ¡Menudas lorzas tenía!
Os recomiendo que no os marchéis sin ver Volubilis, a 20 km. de Meknés. Son las ruinas romanas mejor conservadas que he visto jamás. Datan del año 40 a.C. y allí encontré la suerte. Me explico. El guía me invitó a sentarme en una roca que tenía un bulto muy reconocible bajo una toalla. Pertenecía a los restos del prostíbulo romano. ¡Era un falo! Me senté, lo destapó y en el álbum fotográfico que acompaña este post tenéis el resultado. Lo mejor es que froté mis décimos de El Niño porque, dicen, trae suerte. Pues funcionó: gané 450 euros.
De regreso al Norte, esa noche dormí en Chefchaouen, un pueblito azul como el de los Pitufos. Me alojé en Casa Hassan, un riad donde se come de maravilla. Tanto, que su dueño me contó que hacía unos días le había preparado un tajine de pollo al limón al mismísimo Bill Gates.
Tánger fue la última ciudad marroquí que pisé. Me alojé en Dar Sultan, un riad muy coqueto de la kasbah. En su medina hay que tener cuidado porque todo es más occidental. Allí compré babuchas, perfumes, chilabas... Y el fin de fiesta, en Casa García, el famoso restaurante español de Assilah. ¡Menudo cenorrio! Comimos hasta angulas, de las de verdad, y a un precio estupendo.
He disfrutado tanto, que volvería mañana. Os confieso que me he enamorado perdidamente de Marruecos, y eso que aún me queda mucho por descubrir.
Eso sí, antes de escribir fin, unos datos prácticos. La moneda tiene un cambio fácil: 100 dirhams son 10 euros. Se puede fumar en casi todos los lugares. Alcohol, en hoteles y en algunas tiendas hasta las 20.00 h. ¡Ah!, y en los baños más tradicionales, en lugar de papel higiénico, hay una mini-ducha… Pero eso os lo cuento otro día.
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