Hoy quiero hacer un alto en el camino en los análisis y noticias del mundo del corazón y los realities para compartir con todos vosotros dos preciosas historias que me han llegado muy adentro.
El primer protagonista, no es otro que un amigo de cuatro patas de cuya lealtad y amor incondicional bien podrían tomar nota los animales de dos piernas que nos creemos tan evolucionados, y que parece que, durante ese proceso, hemos perdido varios de los valores esenciales de la vida.
El perro que podéis ver en esta fotografía pertenecía a un hombre llamado Jesús Sarabia, que falleció el pasado 2006, y que desde entonces cuenta con la incansable compañía de su amigo más fiel, que año tras año, sigue acudiendo a dormir a la tumba de su dueño, como si les uniera un vínculo que permanece vivo mucho más allá de la muerte.
El segundo caso que ha llamado poderosamente mi atención es el de Holly, una gatita que a comienzos de este año saltaba a la fama y cuya hazaña era recogida por el mismísimo New York Times.
En Noviembre del año pasado sus dueños realizaron un viaje de vacaciones a una distancia de 190 millas de su ciudad en una auto caravana en la que llevaban consigo a su gata.
Durante una noche, Holly huyó asustada por el ruido de los fuegos artificiales y, aunque sus dueños no cesaron en su búsqueda acudiendo a los medios locales y repartiendo carteles por todos los alrededores, no tuvieron más remedio que regresar a su lugar de origen con la angustia de haber perdido en un viaje de placer uno de los miembros fundamentales de su hogar.
Cuando todos habían perdido la esperanza, 62 días después, el milagro sucedió. Holly apareció en la propiedad de una vecina a escasos metros de su casa, deshidrata, desnutrida, y sin apenas poder dar un paso más, ¡tras haber recorrido exhausta, durante dos meses, más de 300 kms para reencontrarse con sus dueños!
Veterinarios y expertos en comportamiento animal no lograron encontrar explicación a cómo este animal pudo haber recorrido tal cantidad de kilómetros guiada por una excelente orientación y cómo pudo sobrevivir a ese duro trayecto en semejantes condiciones físicas.
Dos grandes y emotivas historias a las que, quizás, buscar una explicación lógica sea como intentar encontrar tres pies al gato, y no me extraña en absoluto… Y es que, seguramente, nuestro planteamiento ante estos casos sea erróneo desde el primer momento.
Con nuestra tecnología, inteligencia, evolución y conciencia nos tomamos la licencia de analizar desde nuestro pedestal el comportamiento de estos animales, nos preguntamos qué sentimientos los han llevado a visitar día tras día la tumba de su dueño fallecido desde hace más de 7 años, o de dónde saca fuerzas de flaqueza un animal de apenas 3 kgs para sobrevivir durante 62 días recorriendo 320 kilómetros movido por la única esperanza de reencontrarse con sus dueños.
Cuando, lo que realmente deberíamos cuestionarnos es por qué nuestros animales son capaces de demostrarnos mucho más de lo que nosotros llegamos a dar a los demás.
Estamos hartos de ver cómo individuos lloran lágrimas de sangre por la ausencia de un ser querido y, mientras el cuerpo aún se encuentra caliente, andan buscando la forma de rentabilizar su dolor, con la mejor cantidad y en el menor tiempo posible.
Algunos se deshacen en muestras de amistad, amor, lealtad y cariño mientras te regalan los oídos con todo aquello que esperas oír y olfatean tus puntos débiles para, cuando menos te lo esperas y cuando han logrado bajar tus defensas, regalarte cualquier tipo de traición porque ya no eres un peón útil en su tablero.
También nos encontramos con otros casos, con aquellos a los que no les tiembla el pulso a la hora de comprarse un animal que estéticamente quede de lujo acompañándote en la portada de una revista mientras vendes tu profundo dolor y lo solo y desamparado que te sientes. Para luego, semanas más tarde, tras conocer que ese animal posee una enfermedad, devolverlo como un objeto inservible en el que si no quedas satisfecho te devuelven tu dinero, aun a sabiendas que esa decisión es su condena a una muerte directa, ya que nadie querrá hacerse cargo. Pero nada, si te he visto, no me acuerdo.
Falta de escrúpulos, de conciencia y de cualquier cosa que se le parezca. Y como estos, mil y un ejemplos que os vengan a la imaginación. Pero, en el fondo, ¿de qué nos extrañamos?
Si no se respetan las normas básicas de lealtad para con los nuestros, ¿cómo vamos a esperar que este verano sea distinto y que las carreteras no se llenen de animales abandonados porque en la época de vacaciones, estorban? ¿Nos seguiremos sorprendiendo cuando empiecen a circular las desgarradoras imágenes de cientos de galgos colgados en los campos de los alrededores de los pueblos justo cuando finaliza la época de caza?
Y luego hay quien sigue echándose las manos a la cabeza cuando los que amamos realmente a los animales sintamos su pérdida como la de cualquier ser querido, que nos cueste sudor y lágrimas superar su ausencia y que no nos fiemos de aquellos que con sus palabras o con sus actos demuestran su total falta de respeto por los animales.
Porque, los que sin remordimiento alguno son autores de barbaridades de este calibre con animales indefensos haciendo uso de una superioridad cuestionable, ¿de qué no serán capaces cuando se sientan con ese mismo poder? ¿Por qué tipo de código moral se rigen sus actos?
Por todo esto y mucho más, hoy quiero hacer mi pequeño homenaje y reivindicación a aquellos amigos inseparables que esperan impacientes que regreses a casa, que no se separan de tu lado cuando sienten que no estás bien, y que nos regalan su cariño y su compañía sin pedir nada a cambio, demostrándonos poseer aquellos valores tan difíciles de encontrar hoy día y dejando patente que, muchas veces, los verdaderos animales no son los que lucen collar y correa, sino el que los acompaña.
Para cualquier información de interés sobre los temas que tratamos, podéis dirigiros al siguiente correo: info@kikohernandez.es