La primera vez que entrevisté al presidente del PNV, Iñigo Urkullu fue en “Las mañanas de Cuatro” dentro de la tertulia política y salimos tarifando. Me irritó profundamente, tuve la sensación de que contestaba a mis preguntas de carrerilla, con un discurso nacionalista absolutamente cerrado y excesivamente ambiguo en temas de terrorismo. Quizá no fue su mejor día, pero seguro que el mío tampoco. Cortamos bruscamente y no hemos vuelto a encontrarnos hasta hace unos meses, ya en el Matinal Informativo de Telecinco. El no me había vuelto a conceder una entrevista y yo daba por seguro que me tenía en la lista negra.
Me equivocaba en todo. O él ha cambiado mucho. El Iñigo Urkullu que vemos estos días es el de un político de altura, de grandes miras, un político que se expresa claramente, que pone a ETA en el sitio que le corresponde, el de los asesinos a los que no se debe nada sino todo lo contrario y que apuesta por un horizonte integrador y justo. Porque es consciente de que hay heridas muy profundas, un dolor que será eterno para las familias de las víctimas .Y que sin justicia no hay futuro en paz.
El PNV se juega mucho. Los buenos resultados electorales que se prevén para la izquierda abertzale pueden salirle caros al PNV. Pero también está ante una gran oportunidad. La oportunidad de que se reconozca ese papel trascendental y de que se consolide un nacionalismo no excluyente, respetuoso e integrador. Y que el juego con los demás partidos, sea un juego plenamente democrático que mire al futuro sin olvidar nunca a los que pusieron la peor parte, las vidas que se perdieron para nada.
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