“Y decían mis vecinos/que llevaba mal camino/apartado del redil/Siempre fui esa oveja negra /que supo esquivar las piedras que le tiraban a dar./Y entre más pasan los años más me aparto del rebaño porque no sé adonde va”. Toda una declaración de principios de El Cabrero como dedicatoria del libro “Un millón de piedras” de Miquel Silvestre, un viaje en moto a través de catorce países africanos contado con gracia, ligereza, autenticidad.
Silvestre va dejando caer sus principios vitales en un recorrido en el que va deteniéndose en las historias de la gente que nunca será objeto de los medios, historias de seres naturalmente generosos que hacen del mundo un lugar “no tan terrible como nos dicen”, como contamos en los telediarios en los que solemos seleccionar el lado más duro de la realidad.
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Miquel no es un friki, ni un frívolo, ni un temerario, es un registrador de la propiedad en excedencia que ha elegido la libertad antes que el dinero, la fidelidad a sí mismo antes que el aplauso social, alguien que sabe transmitir la verdad del otro y que lo hace con ironía, con sentido del humor, con el talento de los supervivientes. Ha dejado de creer en las casualidades por las pistas que le ha dado su buena suerte y se ha hecho creyente ya cuarentón “ ahora no se dónde coño colocar las certezas tan trabajosamente obtenidas a lo largo de una existencia de convencido escepticismo”-afirma.
Encontrar a un “outsider vocacional de todo círculo literario, moto club o escuela ideológica”, alguien que piensa por sí mismo y que mira a los demás buscando un poso de inocencia, de verdad, se agradece en esta carrera de personajes que están siempre en venta, ya sea para ganar una elecciones o para conseguir un podio que les proporcione algún beneficio. Así que habrá que hacerle caso y empezar a contar las estrellas ( que las hay por más que tropecemos con piedras) por nosotros mismos.