Acabo de romper un pacto que tengo conmigo misma: no unir jamás esas dos palabras para no dar pábulo a tanto ignorante destructor de cualquier iniciativa cultural que justifica su pobre espíritu argumentando que hay que acabar con el apoyo de las instituciones públicas a la cultura. Se alude al mercado como un regulador infalible, se dice que la economía domina la política. Es una falacia. Puede haber política, las instituciones pueden dominar los movimientos de los mercados. Pero hay que hacerla con decisión. Ahora, cuando se cierra la Fundación Niemeyer en Avilés saltan todas las alarmas. Bien está que se lleve un control riguroso del gasto, que se investiguen posibles irregularidades, pero cerrarlo es perderlo todo, cortar la posible riqueza económica que genere en la zona. Y, desde luego significa el empobrecimiento cultural y la pérdida absoluta de expectativas futuras.
La cultura está en peligro cuando se plantean quitar la Mostra de Cine de Valencia, la de Cine español en Málaga, la de novela negra en Gijón… Múltiples actividades artísticas que aportan calidad de vida y movimiento económico. Es que no se habla de optimizar recursos, de impulsar el mecenazgo, de salvar el patrimonio de todos. Se trata de arrasar. Y pasa como con las liposucciones: parece lo más sencillo de las cirujías y resulta que se pueden aspirar elementos esenciales para la vida humana.