El pasado 23-F el Rey disfrutó, nos lo contó a los periodistas riendo después de un almuerzo con los protagonistas del Congreso hace 30 años, con los que compartió vivencias y anécdotas ,al tiempo que alejaba fantasías sobre supuestas informaciones que jamás verán la luz o el fantasma de sus hipotéticas dudas ante el intento de golpe de Estado.
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El hecho es que la historia ha demostrado que -aunque criticara abiertamente a Adolfo Suárez y fueran muchos, incluidos notables socialistas, los que pensaban que , dada la situación y el ruido de sables, se imponía un cambio, incluso un gobierno de concentración nacional-, el comportamiento ha sido impecablemente democrático y que hoy se sienta en la misma mesa con Fraga y Carrillo. Y que juntos tienen tantas vivencias comunes que son mas las cosas que les unen que las que les separan.
Para los periodistas que vivimos esa peligrosa pero necesaria connivencia con los intereses políticos del momento –que era la pura y dura defensa de la democracia- la memoria de aquellos ciudadanos que se dedicaron a la política desde posiciones tan diferentes, con la legítima ambición de arrasar con el negro panorama en el que habíamos vivido hasta aquel entonces, ha introducido una cierta nostalgia.
Han cambiado los lenguajes porque estamos en otro momento histórico. Ahora hay más intereses y menos ideología, los más preparados se alejan del corsé de los partidos y sí, estamos mejor, pero el panorama político es más plano. De modo que cuando tenemos delante a un buen Vitorino da gusto torear, independientemente de la suerte.