El martes llegamos de Ibiza tras la semana movidita que hemos pasado. Ahora toca volver a casa y poner los pies en el suelo.
Un tema que no puedo dejar pasar es la polémica decisión del Parlamento catalán de prohibir la lidia de toros.
Al igual que los taurinos hacen uso de su libertad de expresión leyendo un manifiesto en cada festejo que celebran, el resto de ciudadanos también debemos hacer uso de nuestros derechos. Así pues, desde aquí redacto mi propio manifiesto en contra de todo lo que suponga torturar a un animal.
Me denigraría como persona enfrentarme a un ser irracional y ensañarme con él como si de la ley de la selva se tratase. ¿Dónde está la superioridad intelectual del hombre que fustiga a un animal? ¿Cómo pueden llamar arte a lo que yo concibo como maltrato?
No intervengo en ningún movimiento político ni tengo nada que ver con el nacionalismo. Soy malagueña, y me siento orgullosa de ello, pero no del arraigo a esta tradición, me desvinculo como persona, da igual donde haya nacido.
No me debo sentir orgullosa de las corridas de toros por el hecho de ser andaluza, porque somos el resultado de una mezcla de culturas. Griegos, fenicios, musulmanes y romanos han dejado muchos resquicios de los que sentirnos orgullosos: el folclore, la lengua, los restos arquitectónicos... La cultura brota por todos los rincones de Andalucía, por eso no concibo como algunos pueden simplificarla a una fiesta en la que arcaicos gladiadores luchan contra animales a vida o muerte.
Si cultura significa disfrutar con el dolor ajeno, moriré inculta.