Los últimos aleteos del invierno…
Corre el tiempo tan deprisa que, cuando tengo que hacer algo, ya no digo nunca “después lo hago”… He borrado el después de mis labios y de mi pensamiento. No hay después, solo ahora. De esta forma, aprovecho más el tiempo, con la ventaja de que al hacer las cosas en el momento no hay lugar para los olvidos.
Ayer estuve en La Quinta de los Molinos, un parque que estuvo abandonado durante muchos años y ahora que los almendros están en flor es una gozada para los sentidos.
Hace unos años tuve la suerte de vivir otra floración: la de los cerezos en Japón. Me sorprendió la alegría con la que los japoneses recibían la primavera, y es que ellos celebran el renacer de la vida y lo efímero de ella. Ese momento de la floración, tan bello, tan exultante, tan lleno de matices y de coloridos inimaginables, pero al mismo tiempo con el tinte trágico de lo pasajero, de lo fugaz…
Quizá allí, en Japón, germinó la semilla que ya tenía plantada del budismo y se me despertaron las ganas de vivir la vida lo más intensamente posible. Cuando se atisba la primavera, que en España se adelanta con las mimosas y los almendros en flor, comienzo yo a despertar del letargo del invierno… Abro armarios, cambio colores, regalo ropa que ocupa demasiado espacio y aprovecho para reflexionar y darme cuenta de lo necesario que es ir deshaciéndose de todo aquello que vamos acumulando en nuestra mochila y pesa demasiado en el deambular de la vida.
Me libero de las cosas (eso es fácil), y también necesito liberarme de esas personas tóxicas que me quitan energía y no escuchan… Sin embargo, llevan tanto tiempo en mi vida que resulta difícil apartarlas de mi camino. Y entonces la única solución que encuentro es escuchar sin que me llegue su mensaje, sin empaparme de lo que dicen, mientras mantengo piernas y brazos cruzados, formando una especie de coraza para no contaminarme de su vampirismo.
El día 12, será la última Luna Llena del invierno, que os puede traer esos sueños que no se han cumplido y que han quedado dormidos en algún rincón de nuestra mente. Vamos a por ellos, vamos a desertarlos, vamos a seguir soñando… Porque mientras no perdamos la capacidad de soñar, de ilusionarnos, nos sentiremos plenos, jóvenes, y con la felicidad al alcance de la mano. Porque los sueños se cumplen muchas veces…
Y para liberarnos de todo aquello que nos frena, que no nos permite ilusionarnos ni avanzar en la dirección de nuestros sueños, podemos hacer un sencillo ritual. La noche del 11 al 12 de marzo debemos escribir en un papel todo lo que queremos alejar de nuestra vida. A la mañana siguiente mojamos el papel con agua y nos deshacemos de él para dar la bienvenida a otras emociones y vivencias que nos hagan dichosos.
¡Feliz semana!