Necesito unas vacaciones. Me da igual que sean tan solo unos días o que pueda disfrutar de más tiempo, pero necesito desconectar, escuchar el sonido del mar, mirar el cielo, dejarme envolver por la intensa luz de Andalucía, olvidarme del maquillaje, calzarme unas cómodas zapatillas para poder caminar…
Con este mes, llegan las despedidas. Ayer me envió un mensaje Charo Izquierdo, la directora de la revista Yo dona, desde hace siete años, para decirme que entendía que había finalizado una etapa y que le apetecía afrontar nuevos retos. Yo llevaba tiempo intuyendo que, siendo Géminis, no tuviese la necesidad de explorar nuevos campos y asumir nuevas responsabilidades. Lo cierto es que puede marcharse orgullosa del lugar en el que ha dejado la revista que ha dirigido.
Hace siete años yo tenía una colaboración mensual en la revista Vogue, y ella me ofreció colaborar con el Mundo con un horóscopo semanal. Y la experiencia ha sido muy gratificante. A mí, en general, los cambios me aterran pensando en el futuro de la gente que trabaja en el equipo, pero, afortunadamente, en esta ocasión parece que reina la paz en la redacción.
Belén Rodríguez también ha abandonado Madrid y se ha marchado a Andalucía. Creo que es como si el inconsciente la empujase hacia un lugar que ilumine un poco sus tinieblas. Mi pobre amiga del alma me preguntaba, con sus maravillosos ojos claros, “¿qué hago con mi vida ahora?...”
Los bomberos se han manifestado y su protesta me pilló en la calle Montera. Me sentí atrapada y sin saber qué hacer. Sentí en mi interior, de manera viva y angustiosa, que, desgraciadamente, éste no va a ser un hecho aislado y el otoño será conflictivo, pero no quiero mirar los astros, no sea que también ellos asusten mis vacaciones.
En momentos tan complicados aprendí, de mis tiempo de meditación con Juan Manzanera (alguien que aportó paz a mi alma y me dotó de unas herramientas poderosísimas para encarar la vida con la cabeza alta) que hay que vivir el aquí y el ahora. Un principio budista que deberíamos aplicarnos siempre.
Suena el teléfono y me llama una anciana encantadora que ha venido a mi consulta desde el principio de los principios. Siempre me preguntaba que por qué me mudaba tanto de domicilio… Y la verdad es que tiene razón, me parece que llevo más de quince cambios. Yo siempre le contestaba que quizá fuera porque no quería encariñarme, ya que nada es para siempre y me gusta comenzar de nuevo. Pues esta anciana ha perdido bastante la visión y me decía que le daba mucho miedo el presente (no el futuro) porque se veía indefensa y atemorizada ante los cambios que estaba sufriendo: “Ya no sé qué pastillas tengo que tomar, ya no son los mismos colores…” Y eso es lo que traen los cambios… Tu pastilla ya no se llama igual, el color no es el mismo, y a ciertas edades se asume muy mal que te quiten tus referencias porque te sientes perdido.
Cuando me encuentro con personas en situaciones tan desesperadas, tan vulnerables, me siento impotente para poder aliviar su desconcierto. Y eso me está pasando mucho en los últimos tiempos. Me cuesta ver el vaso medio lleno cuando a mi alrededor veo la mirada de desconcierto y temor de los jóvenes, la incertidumbre y la desesperanza de los no tan jóvenes, y el miedo de los ancianos por el futuro de los suyos… Me envuelve por completo un escalofrío y un dolor al que no sé poner nombre.
Pero no quiero terminar el blog con esta desesperanza y angustia. Ha nacido un niño muy deseado y seguro que cuando crezca el mundo se habrá transformado a mejor.