Y la enfermedad detiene tu vida
Ay, Dios mío, intuía que este primer eclipse del año iba a nublar momentáneamente mi vida, y así fue. Estaba yo feliz, pensando en el roscón de Reyes (lo que más me gusta de las fiestas navideñas) y ¡zas!, al hospital. Yo he estado pocas veces hospitalizada, pero en esta ocasión han sido doce días. Doce largos días, con sus doce noches, sus doces mañanas, sus doces tardes… Cuando ingresé me desubiqué, es como si me hubiera metido en un agujero negro del que no podía salir. Me desorienté porque estaba sometida a cambios constantes (de salas, médicos, enfermeros…) y decidí dejar mi cuerpo a los profesionales que me debían curar, y ocuparme yo de mi mente, de controlar al máximo mis pensamientos, aceptando lo sucedido como un desafío para no perderme en ese laberinto de dudas, miedos e incertidumbres. Me di cuenta enseguida de que lo que me tocaba era aceptar la enfermedad como un ciclo que debía pasar para salir fortalecida de esta experiencia.
Y cuando la vida te pone ante una situación así, de enfermedad, yo creo que hay que adoptar una actitud de humildad, dejando a un lado los egos, y estar dispuesto a aceptar sacrificios y renuncias. Pero no todo el mundo es así porque algunos pacientes, madre mía, lo que exigían…
En ningún momento me paré a pensar si aquello era duro; estaba desconectada del mundo, de la tele, del móvil, de todo. Y sinceramente, estoy muy satisfecha de mí misma porque lo he vivido como una experiencia muy enriquecedora, como un desafío que debía aceptar y del que podría aprender mucho. Y este reto también me ha dado la oportunidad de comprobar lo bien que desempeñan sus funciones los profesionales de la sanidad pública. La gestión, ya es otra cosa en la que ahora no vamos a entrar…
Poco a poco, comencé a ubicarme. Tuve acceso al móvil, a las redes sociales, y me hacían llorar de emoción la multitud de muestras de cariño que he recibido de mis tweeteros, de mis seguidores, de todo el mundo, a los que desde aquí les quiero expresar mi más sincero agradecimiento. Y es que, en esos momentos, en los que parece que la vida se para, el apoyo de los que te quieren es lo que te da fuerza, energía para seguir adelante. Aparecen personas que han formado parte de tu vida durante muchos años, y un abrazo es tan curativo que si había algún miedo por ahí escondido, se disipa…
Pasé por varios espacios, pero al final tuve la gran suerte de ocupar una habitación desde la que veía parpadear una lucecita verde, la capilla de Torre Espacio. Esa lucecita actuaba en mí casi de forma hipnótica: era como si hiciera una meditación y dejara de pensar. Las noches son largas cuando no puedes dormir, pero yo no dejaba que el miedo ni la desesperanza se apoderaran de mí. Yo sabía que era un ciclo que tenía que pasar, y el túnel tenía salida.
Y con esa actitud positiva, siempre confié en que el siguiente eclipse, un eclipse de Luna en el signo de Leo, lo vería desde mi casa. Y así ha sido. Ahora siento que la vida me ha dado otra oportunidad, y voy a aprovecharla al máximo, apurando cada momento, cada instante… Con el corazón lleno de agradecimiento hacia todos por la ayuda, el cariño y la generosidad que habéis tenido conmigo.
¡Feliz semana!