De barbas y uñas
Unos se apuestan su barba mientras hay quien se preocupa de sus uñas. Es singular el microcosmos caribeño creado por aspirantes a supervivientes televisivos aquí en estas islas, cerca de la palmera de Eva, los cangrejos de la habitación del 19 o el bendito palafito que me da cobijo tres meses al año. Un microcosmos jodido, con perdón, donde las lluvias torrenciales de las tardes, noches y, a veces, madrugadas, no vienen sino a poner las cosas un poco más complicadas.
Bajo una misma lona se refugiaron todos los supervivientes, sin excepción. Incluso dejando un pequeño sitio al cámara, nunca protagonista pero presente casi siempre. Tras la gala del jueves venía una tormenta virulenta como pocas, con aspecto de tifón, huracán o similar. Exagera un poco Parada hablando de la época de huracanes en el caribe. Estuve en Cuba un mes de agosto y me contaban que no llegaba el momento realmente peligroso hasta septiembre, extendiéndose durante octubre y noviembre. Mucha gente ha de reparar en su casa los desperfectos generados por el paso de los huracanes, o sea, cada año. El hotel donde me alojé, en una privilegiada zona turística de la isla, aún seguía reconstruyendo la 'palapa' donde daban de cenar tan bien y que había salido volando el año anterior, según me contó un camarero. Muy probablemente, un mes o dos más tarde volvería a volar, y otra vez vuelta a empezar.
Pero esto no llegará antes de terminar la presente edición de Supervivientes. Decir que empezó la temporada de huracanes a finales de mayo es, cuando menos, una exageración. Por no decir que es de un alarmismo innecesario. Bastante mal lo deben estar pasando, solo sea por lo incómodo de una lluvia que aparece de visita casi cada tarde. La sensación que provocan estas lluvias tropicales es como de fin del mundo. Parece que fuera a desaparecer todo y por eso entiendo los comentarios de nuestros concursantes bajo la lona. "Vamos a morir", decía Óscar. "Moriremos todos, uno a uno", matizaba el matador de toros. No hablaba de plazos ni de fechas. Por tanto, acertaba. Es cierto que moriremos uno a uno, cada cual en su momento.
Más preciso era Óscar cuando pedía que el último mostrase a la audiencia la carta firmada por todos contando lo que había pasado en la isla. Es evidente que bromeaba, lo aclaro por si alguien no lo ha apreciado. Apretados bajo una lona y con el mundo puesto del revés ahí fuera, cayendo litros de agua por metro y hasta por centímetro cuadrado, no se puede tener en cuenta nada de lo dicho. Si a eso añadimos que en ese momento tenían en sus estómagos poco más de un ojo de pez crudo desde unas horas antes, se entiende el estado crítico de casi todos.
Especialmente sensible a las circunstancias estuvo Mireia este fin de semana. Lloraba sin saber la razón, normal cuando no se sabe si lamentar más el hambre o las condiciones de vida. Cuando ya habían logrado hacer un hogar para el fuego, disponiendo con acierto unas cuantas piedras a modo de horno, resulta que abandonan Buttonwood Cay y vuelta a empezar. También se quedaron sin cabaña, y será inevitable que mientras construyen una en esta nueva ubicación piensen en cuanto de efímero será su uso y, por tanto, hasta qué punto tanto esfuerzo compensa el escaso tiempo de disfrute de sus resultados.
De acuerdo que son supervivientes de lujo si tenemos en cuenta la compensación económica a sus penalidades, pero si me pongo en su piel no puedo evitar tenerles compasión. Sin dormir apenas (imposible hacerlo hacinados bajo una lona), con la escasez de alimentos lógica en jornadas en que apenas tienen tiempo de pescar, y soportando ciertas compañías exasperantes, se debe ser muy buen superviviente para no abandonar la isla en una balsa motora. Claro que el destino final es llegar a la península en un helicóptero, aeronave que tiene todos los récords de siniestralidad habidos y por haber. Un fabricante de estos diabólicos aparatos me dijo hace años que nunca viajaría en uno. "Cualquier cosa que te cuenten será poco", me avisó. Y desde entonces tengo miedo.
O sea, que ni abandonando se está seguro aquí. Qué alguien pare esto que yo me bajo, pensará más de uno. Mientras tanto, otros hacen planes ajenos a las condiciones de vida que soportan todos. Óscar, Rafa, Perdi y Guillermo han pactado no afeitarse hasta la salida del último de ellos. Imaginan, por tanto, que hasta la final permanecerán con pelo en sus caras. Todos lo deben cumplir, según vayan regresando a Madrid. Perdi quiere que se afeiten en plató cuando salga el último, pero ya sabemos del trasfondo exhibicionista y folclórico del ciclista y concejal. Lo supimos cuando contó sus planes de boda vestido de Elvis en la capital norteamericana del juego.
Todos firmaron el pacto de mantener la promesa. Teniendo en cuenta que por un chico expulsado (el pobre Javi) ya van cinco chicas (Miriam, Consuelo, Nerea, Bea y Carla) la estadística indicaría que habrá una final exclusivamente masculina. Esto es rectificable, claro está. Basta con votar ahora a los chicos que estén nominados, a pesar de que lamentemos la salida de Víctor, por ejemplo.
Y si alguien me argumenta que la Trapote es menos superviviente y debe irse por ello no le podré dar la razón. He visto trabajar a los dos, cada uno en su papel. No caigamos en exageraciones porque aquí nadie ha destacado mucho en nada. Visto desde otro punto de vista, Trapote mantiene la sonrisa y el buen carácter tras veinticinco días de supervivencia, lo cual no se puede decir del otro nominado. Todos los argumentos son válidos. Pero todos.
Complicado es hacer partícipe de lo anterior a una concursante como Carla. Ella ni siquiera se ha roto una sola uña, lo cual da buena cuenta de la estafa de concursante que ha sido. Es intolerable que haya peña con tanto rostro como la 'modeli' caradura esta. Me hierve la sangre de pensar que se ha comido la parte proporcional de los alimentos que había en la isla y ha ocupado su espacio en la cabaña como el resto. No lo merece. Tampoco la cena que le dieron junto a Javi y Bea. Bueno, una cena junto a Bea no lo merece nadie, pero por otras (y evidentes) razones.
Encima tiene Carla el rostro pálido de contar (lo vimos en el debate de anoche) que no se ha roto las uñas. Casi un mes allí y su manicura intacta. Dan ganas de convocar una manifestación a las puertas de Telecinco para pedir que no le den un céntimo de euro a esta concursante tramposa y caradura. Se lo dijo con claridad María José, hablando de la cantidad de gente vaga y poco colaboradora que había entre ellos. "Les iría echando uno a uno", decía la bilbaína. "Tú la primera", añadió sin contarse ni un poco.
Hasta me preocupa que se meta en el mismo saco de Carla a algunos otros. Ella no ha dado un palo al agua, supuestamente ha simulado un incierto mal estado de salud y, al final, se burló de todo revelando lo intactas que tiene las uñas durante la llamada de teléfono posterior a su expulsión. No hay comparación posible, esta ha sido la concursante 'truño' de esta edición. Sin discusión.
Otro que tal baila es Rafa, que encima presume de no currar para dosificar los esfuerzos. Su símil con una maratón hace aguas descaradamente. Igual no se ha dado cuenta de algunos detalles relativos a esto. Por ejemplo, que la maratón la gana quien llega antes, quien no la completa en el tiempo máximo fijado no puntúa y a quien no corre le será imposible llegar a cruzar la meta.
El 'machoman' este parece encuadrarse más bien en este último grupo, los que no llegan pues ni siquiera levantaron el culo. Dije hace días que para Rafa sus compañeros son mano de obra gratis. Pescan y cocinan para que él se alimente. A ver hasta cuando consienten tan injusto papel. Al menos entre aquellos que no han participado del 'pacto de los barbudos'.
Sí se le da muy bien al ex 'tronista' hablar de justicia, concepto singular cuando está en relación con un concurso y la decisión de la audiencia. Todos lamentamos la salida de Javi por cual fue su reacción al saber que era uno de los dos elegidos por la audiencia. Pero esta es soberana, como suele decirse. Además, esa es la base del formato, por lo cual hablar de injusticia es poner en tela de juicio el papel encomendado a los espectadores. Quienes lo deseen tienen la ocasión de participar con sus votos de una decisión irrevocable: la expulsión de un concursante.
Esa monserga de los que quieren irse o quedarse es inexplicable. El concursante que acepta su participación en un reality debe aceptar las reglas del juego. Estas no son iguales para todos, como ya sabemos. Trapote puede pedir la nominación sin consecuencias para el grupo o ella misma, lo cual no sucedió igual cuando lo hizo Consuelo. Aún así y en el caso que nos ocupa, quien va a la isla está decidiendo participar. Su participación lleva implícita la aceptación de asumir la decisión de la audiencia. Esta no puede verse condicionada en su decisión por el deseo del concursante.
Quien se quiera marchar que lo haga. Si no quiere pagar la sanción económica es su problema, bien podría haber negociado mejor su contrato. Si tenemos siempre que decidir la expulsión de quien caprichosamente quiere irse estaríamos gastando nuestro dinero al servicio de los concursantes. Seríamos simples peleles. ¿Qué es eso de "no es justo, este quería quedarse e irse tal otro"? Que se vayan quienes lo deseen y si no lo hacen habrán de aceptar la decisión de la audiencia. También los que quieren llegar hasta el final, pero tienen en contra a los espectadores. Estos deciden. Así ha de ser.
Y cierro con dos imágenes del debate de anoche. El enfrentamiento entre Nerea y Miriam es muy artificial, lo cual se nota por el esfuerzo que les cuesta gestualizarlo.