Correr sin mirar atrás, correr y sentirme libre, correr por un enorme prado de hierba verde y flores de todas las formas y colores, correr sintiendo el aire rozando mi cara y meciendo dulcemente mi pelo y correr sin que hubiera ninguna barrera ni muro que debiera saltar, hasta que mi cuerpo no pudiera mas...Bailar al son de una melodía, descalza, sintiendo la naturaleza bajo mis pies y descansar echada sobre ese maravilloso lugar mientras el sol broncea mi pálida piel…..Sin rumbo fijo, sin saber la meta, sin saber lo que me esperaba al final… Un castillo, un príncipe o el mismísimo infierno…
Así me sentía cuando cumplí 13 años, una edad muy importante para mí y creo que para cualquier persona, ya que es el paso de niño a adolescente, el que nos definirá en el futuro. Sinceramente, creo que es un momento muy complicado para todo el mundo.
Nadie me dijo nada, nadie me advirtió, pero una cosa sí que tenía clara, sabía que una vez que pusiera un pie en el instituto, empezaría una etapa durísima de mi vida.
Hoy os hablaré de cosas muy desagradables que me pasaron. No me gusta remover el pasado ni contar mis peores momentos, pero sé que así mucha gente que se siente identificada conmigo, se podrá sentir un poco más comprendida. Aunque recuerdo el instituto con cariño, para mí era como estar en el infierno.
Os definiré cómo era para mí un día normal de clase, desde que me levantaba hasta que me acostaba. Según mi memoria me deja recordar, me levantaba todas las mañanas sobres las 7 y media de la mañana, bajaba a desayunar y allí estaba ella… Mi mami con su abrazo, tan importante para mí, con mi merienda preparada. Al salir de casa, siempre me decía: “A la lucha”. Sé que son sólo tres palabras, pero querían decir tantas cosas... Era una forma de decirme sin dramatizar, “animo cariño mío”.
Mi casa estaba muy cerca del insti, pero siempre me gustaba llegar 10 minutillos antes por quitarme problemas y por tener mi pupitre bien organizado. Nada más llegar a ese lugar recibía agresiones psicológicas continuas. Recorrer el pasillo hacia mi clase era como cruzar un río lleno de cocodrilos. Los chicos se pegaban a las paredes para que supuestamente no les mirara el culo y, hasta que lograba llegar al aula, me daban collejas, me insultaban... Una vez dentro podía ver a mis amig@s, a los que debo darles las gracias, porque al menos tenía alguien con quien hablar y no me sentía tan sumamente mal. Con ellos pude vivir esos momentos lo mejor posible.
Una vez que el profesor comenzaba con la clase, continuaba la lucha. En esos momentos estaba en el proceso de cambio, y claro, entonces yo no tenía ningún tipo de documento como niña, ni nada por el estilo. Había comunicado a mis profesores mi situación, algunos me ayudaron y me llamaban por mi nombre, pero otros me decían que hasta que no tuviera el DNI cambiado me seguirían llamando por mi nombre de varón, que si me llamaba Carolina tendría que llamarle por mote a cualquier otro compañero. Tuve que aceptar su postura aunque fuera hiriente, pero lo que no sabían era que cada vez que me llamaban por mi nombre de varón, era dar un paso hacia atrás y hacerles ver a mis compañeros que mi situación era un capricho, ¡qué lejos de la realidad!
Total, que me vi con 13 años intentando hacer ver a la gente cómo llevar esto de una forma normal. Muchísima gente no me apoyó, pero hubo otra que sí lo hizo, y esa es la que vale y con la que me quedo. Ellos saben quienes son y desde aquí les doy las gracias de corazón, por abrir un poco vuestra mente y hacerme ver la luz entre tanta oscuridad. De vez en cuando me encaraba con algún ogro verde, la princesa se volvía pantera y eso me costaba una zurra a la salida del instituto de algunos compañeros y de sus amigos de otros centros. La cuestión es que llegaba a casa con la armadura de guerra arañada, tocada y cada vez más estropeada. La situación cada día iba siendo más extrema. Antes me preguntaban por qué cada vez las cosas iban a peor y ahora lo sé... Cada día que iba pasando CAROLINA daba un paso más.
La llegada a casa era otra lucha. Tenía el apoyo de mis padres y el amor de ambos, pero el ambiente era de un hogar en el que había unos padres confusos, preocupados y desorientados, y aunque ellos no me lo querían transmitir por no hacerme daño, yo lo notaba y lo sufría… Me bajaba a mi habitación a estudiar y a escuchar mi musiquita, que era la que me daba fuerza y me hacía sentir bien. Fueron momentos muy tristes, muy malos y los peores, hasta ahora, de mi vida. Me angustia mirar hacia atrás, pero si estas confesiones os pueden ayudar lo hago con muchísimo gusto. En esos momento mi mundo estaba derrumbado, yo estaba derrumbada, me sentía la mismísima escoria en persona, pero hay algo que no me pudo quitar nadie y que jamás lo hará, y lo digo con mayúsculas por más desengaños que me dé la vida: a pesar de los príncipes disfrazados y de la gente que me intente hundir, nadie podrá quitarme lo mas cercano que tenemos a la magia, “AMAR Y SOÑAR”.
Os dejo esta vez con la canción de “Clair de lune” de Debussy. Es una melodía fantástica que me transporta al lugar que os he descrito antes. Bueno príncipes y princesas, hasta la próxima. Besitos a todos.