Tal día como hoy, hace nueve años, la historia del fútbol español estaba a punto de cambiar para siempre. España jugaba contra Italia en los cuartos de final de la Euro 2008. Y después de aquel partido, nada volvería a ser igual.
Los transalpinos llegaban a la Eurocopa con el título de campeones del mundo dos años atrás bajo el brazo. La Roja, término que se consolidó aquel verano en Austria y Suiza, se enfrentaba a su fantasma más particular: los octavos de final. Enfrente, uno de los rivales que más miedo infundían en el torneo.
El partido fue duro, tedioso y largo. Sobre todo largo. Tras 90 minutos reglamentarios y media hora más de la prórroga, la suerte se decidiría finalmente desde los once metros. Una tanda de penaltis en la que Iker Casillas se erigió como héroe nacional al detener dos lanzamientos (los de De Rossi y Di Natale).
Un monstruo al que España terminó derrotando gracias a una última ejecución, la de Cesc Fábregas. El suyo fue el penalti de la victoria, el que rompía con esa barrera que parecía imposible de superar para la Selección en su historia más reciente. España se metía en semifinales. Allí bailaría a Rusia para meterse en una histórica final, en la que un golazo de Fernando Torres a Alemania terminó por darnos la segunda Eurocopa de nuestro palmarés. Y el resto, es historia.