Forman parte de la policía aérea del Báltico. 115 militares españoles, ocho de ellos pilotos, y cuatro cazabombarderos Eurofighter del Ejército del Aire, vigilan desde Estonia las incursiones sin autorización de aviones de la fuerza aérea rusa en el espacio aéreo de los países OTAN de esta zona. Una misión de la Alianza, en plena escalada de tensión con Rusia, que realizan a temperaturas bajo cero. No en vano este escenario trae algunas reminiscencias de la Guerra Fría. Un equipo de Informativos Telecinco ha estado con ellos para grabar cómo trabajan y ha conseguido imágenes exclusivas de los vuelos que realizan en busca los aviones militares rusos que ponen en serio peligro el tráfico de la aviación comercial en el norte de Europa.
El centinela de la base de Amari es un militar estonio de ancho mostacho y aspecto de soldado soviético de película americana. La nieve rodea la garita. Afuera hay nueve grados bajo cero reales pero aún así, los españoles que han sido acogidos aquí desde primeros de enero nos comentan con una sonrisa que estamos de enhorabuena. “Hoy hace un buen día, no hace frío”, aseguran. Ya ante a los hangares, nuestro aspecto embutidos en gorro, braga, abrigo, botas, guantes, dobles calcetines de montaña y ropa interior térmica contrasta con el de los pilotos españoles de los Eurofighter que salen a saludarnos. Bajo el simple mono entreabierto de uno de ellos asoma una camiseta amarilla con el dibujo de un caza que a quien escribe le parece un F-18. “¡Vaya!” exclama ante nuestra cámara, “¡se me va a ver este avión que no es el que piloto ahora!”. “¡Pues súbete la cremallera hasta arriba, criatura, que te vas a pillar una pulmonía!”, pienso para mí como si fuera su madre. Está claro que estamos ante unos tipos duros. Ni les da miedo el frío polar del enero estonio, ni volar un Eurofighter, ni encontrarse cara a cara con un caza ruso que vuela sin identificarse por los cielos del Báltico. Esa es su misión aquí.
En sus comentarios sobre las operaciones que llevan a cabo, tanto los pilotos como el jefe del destacamento Ámbar, el teniente coronel Enrique Fernández Ambel, parecen empeñados en ofrecer una imagen de normalidad, de pura rutina, sin darse cuenta de que al común de los mortales nunca dejará de impresionarle el mero hecho de que alguien sea capaz de dominar la máquina supersónica que manejan. Más aún que lo hagan en el teatro de operaciones donde la OTAN les ha colocado tras el ofrecimiento de España de estas capacidades. Porque es verdad que la vigilancia del espacio aéreo 24 horas, siete días a la semana, 365 días al año es algo que ya se realiza aquí, en España. Pero el encargo por el que la OTAN les ha llevado a Estonia, país fronterizo con Rusia que carece de cazas de combate, es como añadirle chile picante a la cosa; tiene de plus el ardor esofágico de la tensión internacional creada tras el conflicto en Ucrania. Para que se hagan una idea de lo que ha supuesto esta circunstancia, la OTAN aumentó el número de aviones de combate aliados en la Policía Aérea del Báltico de manera considerable en mayo de 2014. En este momento, además de los Eurofighter españoles en Estonia, hay otros cuatro más italianos y cuatro MIG-29 polacos en Lituania, y cuatro F-16 belgas que, a su vez, se desplazan a Polonia. Antes sólo había aviones desplegados en Lituania, todo un mensaje.
Aún así la situación en el cielo báltico nunca ha llegado a entrar en verdadera combustión pero nosotros seguimos buscando algo de calor a pie de hangar. Cuando se echa una ojeada a los dos impresionantes motores traseros del Eurofighter en la gélida Amari uno sólo desea que de repente se le enciendan en plena cara a modo de brasero aeromilitar. Pero para calentón de verdad, el que tiene lugar en la base cuando suena la alarma. En apenas unos minutos todo el equipo, mecánicos, armeros, pilotos, control aéreo, etc, se moviliza para hacer posible que dos cazas despeguen (siempre salen en pareja, como la Guardia Civil). Los pilotos sólo sabrán para qué cuando estén en el aire. El mando de la OTAN les dará las coordenadas del objetivo, quizá una traza en el radar que no responde a las comunicaciones, una aeronave con los transponders apagados, que es invisible a los radares civiles y por tanto a los aviones comerciales en los que viajamos tú y yo. En definitiva, un posible avión militar ruso, un caza, un bombardero, un avión de transporte o de guerra electrónica… Ellos acudirán a su encuentro, se situarán a su cola y esperarán órdenes. Pueden ser “controlarlo, interceptarlo, verlo, hacerle fotos, o... lo que tenga que ser”. O lo que tenga que ser, confiesa con un gesto de intriga el teniente Joaquín Ducay, uno de los pilotos, aunque reconoce que un enfrentamiento no se contempla salvo un caso extremo que ni se ha dado nunca ni se espera que vaya a ocurrir. Lo certifica el jefe del destacamento, Rodríguez Ambel. La orden es evitar el enfrentamiento y las provocaciones. Hasta ahora la OTAN sólo ha reportado algunas escaramuzas de los rusos, algún pique o maniobras provocadoras del tipo mostrar el armamento bajo sus alas. Impacta saber que en esos encuentros en el cielo los aviones se sitúan a escasos metros entre sí. “Es normal que veamos a los pilotos. Nos miramos y nos hacemos gestos”, reconoce uno de los nuestros. En muchas ocasiones les escoltan “amablemente” hasta su espacio aéreo para que el resto de la aviación pueda conocer su posición siguiendo el rastro de los aviones aliados. En otros casos les hacen dar la vuelta si han invadido un espacio nacional. Los criterios varían según las circunstancias.
LLevan en Estonia desde principios de enero y seguirán en esta misión hasta finales de abril. Desde que en marzo de 2004 los países bálticos se unieron a la OTAN, la vigilancia de sus respectivos espacios aéreos fue asumida por otros países de la Alianza en periodos rotatorios, primero de tres meses y luego de cuatro. El Ejército de Aire no llevaba a cabo esta misión desde 2006 cuando desplegó con cuatro “Mirage F-1” en Lituania, y ahora se nota que lo han cogido con ganas y que además tienen más trabajo que entonces. “Hacemos identificaciones bastante a menudo” nos cuenta el Tcol. Ambel. No quieren revelarnos cuántas pero conseguimos enterarnos de que en sólo una semana han realizado tres interceptaciones reales. En cualquier caso las patrullas aéreas son diarias haya o no una “alerta temprana” de las que provoca una maniobra de “scramble” (una salida a toda leche). Nada queda al azar y aquí se entrena todo el mundo constantemente para todas las circunstancias, desde el personal de emergencias que se prepara por si ocurre un imprevisto en pista, al controlador que dirige el vuelo desde vete a saber dónde.