Ana mantuvo una relación de ensueño durante 3 años en la que no hubo ningún indicio de violencia. El día en que decidió ponerle fin, el acoso, la intimidación y el miedo se hicieron presentes en su vida: el 2 de junio de 2015 su expareja entró en su peluquería armado con un bate y la golpeó hasta en 4 ocasiones en presencia de su hija de 8 años. En ese mismo momento pasa a ser una de las 8 mujeres en España víctimas de violencia de género en peligro extremo. Eso supone que desde entonces cuenta con un policía de seguimiento las 24 horas al día.
Esta agresión se convierte además en el acto en un caso mediático debido a la fama de su agresor. Se trata de un famoso futbolista profesional retirado y desde que su escandaloso caso sale a la luz, las opiniones comienzan a dividirse entre la simpatía o admiración que despierta y la crudeza de los hechos. En el juicio rápido que se celebra dos días después de la agresión que hace peligrar su vida se demuestra que no hay relación causal entre la bipolaridad que sufría el agresor y la violencia que volcó contra Ana.
Su historia comenzó en el año 2012. Ana tenía 39 años y dos hijas, era una mujer independiente y vital, con un negocio propio y una vida social plena. Por su parte él estaba inactivo y entró en su vida sin que ella apenas se pronunciase. Ana no desconfió de él en ningún momento: le conocía desde niña y además era una persona con cierta notoriedad y una vida pública. Todo ello a pesar de descubrir que él padecía bipolaridad y había estado en la cárcel por problemas con su anterior pareja.
Como ya se ha visto en otros casos, Ana asume un rol de cuidadora que no le corresponde y se implica directamente en el estado emocional de su pareja, además él justifica siempre su comportamiento por alguna causa externa: su enfermedad, sus agobios, sus crisis, lo que en psicología se denomina el desplazamiento de la culpa. Pero esa implicación y esa tolerancia de Ana lo único que consiguen es reforzar la actitud de su pareja y que sus acciones se repitan cada vez con más frecuencia.
Sin darse cuenta Ana comienza a cambiar, ya no es la misma: ha perdido espontaneidad, ha perdido libertad para hacer planeas, ha perdido capacidad de amar. Pero su paciencia está a punto de colmarse. “Me notaba más triste, más apática… Desilusionada”, son las palabras con las que Ana se recuerda a sí misma en esos momentos.
Ana había compartido tres años y medio de su vida con esa pareja cuando decidió poner fin a su relación. En ese momento ya no es el hombre inofensivo que había despertado su comprensión, es un hombre frío y despechado que no va a dudar en utilizar la violencia extrema. Así recuerda Ana el primer día en que su vida comenzó a estar en peligro:
El juzgado de lo penal de Gijón condenó al agresor por un delito de malos tratos a un año de prisión y una orden de alejamiento de 500 metros en vigor hasta el año 2018. La vida de Ana corrió peligro pero, por desgracia, no ha sido la única. Durante el año 2015 hasta 51.651 víctimas fueron monitorizadas por la Policía debido al riesgo que sus maltratadores suponían para ellas. De todos estos caso solamente 8 mujeres fueron consideradas en riesgo extremo, Ana fue una de ellas.
Ana y su hija ahora siguen haciendo frente a las secuelas para ellas fue algo traumático, imposible de borrar. Pero la vida continúa y Ana ha encontrado en su trabajo, su familia y sus amigos el apoyo necesario para recuperar la vitalidad que nunca debió haber puesto al servicio de nadie: