Soledad se separó de mutuo acuerdo de su primer marido cuando sus hijos tenían 25 y 18 años, pero no cesó en su búsqueda del amor. Y creyó haberlo encontrado. Todo iba tan bien que Soledad quiso que su pareja conociera a sus hijos, con quien le vio afable y amable. Durante el primer año de noviazgo todo fue perfecto: “Recuerdo ese año de noviazgo muy hermoso, muchos detalles, me entregaba regalos, flores, a veces venía con sorpresas… Me quedaba emocionadísima, estaba muy por mí y yo me sentía arropada y abrigada. Y mis hijos también estaban muy cómodos”, pero pronto todo cambiaría para siempre.
Tras contraer matrimonio, el maltratador de Soledad comenzó a dejarse ver y pronto se hizo dueño de la casa y, poco a poco, de la vida de nuestra protagonista. “Yo notaba que de carácter se iba haciendo egoísta, tozudo…”, cuenta Soledad. Y a este carácter pronto se sumaron los celos: “Era como una especie de clic en su cabeza, insultaba y no dejaba razonar, con muy malas maneras, gritando… […] Cualquier excusa era buena para buscar bronca, y no importaba si era en casa, en una cafetería, en un banco… Y eso en un principio me sorprendió, después me asustó un poco. Ese salto de celos a discusiones más fuertes yo creo que ya no eran celos, era posesión. Yo era suya y no había más que hablar”.
Soledad aguantaba todo, pero una nueva fase en el carácter de su maltratador supuso para ella “el mayor dolor”: “los insultos hacia mis hijos”. “Él, aunque negaba que no tenía celos de mis hijos, yo sabía que sí los tenía. Y él no podía entender que una madre se debe a sus hijos”, recuerda Soledad con lágrimas en los ojos. Estos episodios de violencia económica iban a más y pronto tornaron en violencia verbal con insultos cada vez más fuertes, tanto para Soledad como para sus hijos: “Me decía que mis hijos nos querían separar, que yo quería más a mis hijos que a él. Y reñir con mis hijos era para hacerme daño, porque es lo que más quiero en mi vida”. Cuando la situación hizo que Soledad no pudiera más e hiciera plantear una separación, llegaron las amenazas: “No me pienso ir, antes quemo esta casa con tus hijos dentro, que tú eres mía”, eso sí, seguidas de un perdón, falso a los ojos de los hijos de nuestra protagonista: “Eran lágrimas falsas, porque luego se comportaba como un cerdo”.
“Me decía cosas terribles, desde “pu**” a “no sirves para nada” o “no vas a encontrar un hombre como yo”, bueno “no vas a tener ningún hombre que no sea yo”, cuenta Soledad, y su hijo añade: “Se llenaba de rabia y ya no controlaba ni su voz, le salían gallos, lloraba, parecía un loco. Y una persona que no se puede controlar y piensa que se le va a ir abajo todo lo que tiene montado, no sabes cómo va a reaccionar”. A la violencia económica y la violencia verbal que sufrían Soledad y sus hijos se sumaba también la violencia ambiental. “Cuando empezaba con los golpes me asustaba y no podía entender, o no quería entender…, pero empezaba a despertar”. El problema era que cuando el maltratador se daba cuenta de que Soledad estaba dándose cuenta de todo, pasaba a unas amenazas mucho más graves: “Él gritaba a pleno pulmón que nos quemaría a mí y a mi hermano en mi casa con mi madre”, confiesa el hijo de Soledad.
“Todo el mundo se daba cuenta menos yo”, confiesa Soledad. Esto sucedía porque, probablemente, al estar sometida, únicamente y por el momento, a violencia verbal, ella no se consideraba una víctima de la violencia de género, aunque sí lo era: “Yo me creía todos su perdones porque yo no era yo, de eso me doy cuenta ahora, yo estaba dominada por él, y mi mente no me pertenecía a mí, le pertenecía a él”. No fue hasta sufrir otro episodio de agresividad y graves amenazas, en las que el maltratador afirmaba que metería a su hijo en su coche y se tiraría por un barranco o que quemaría la casa con ellos dentro, cuando finalmente dio el paso de llamar a la policía, que le detuvo, pero Soledad aún no acabó de abrir los ojos: “Me dijeron que denunciase, pero al final no puse la denuncia”. Con el tiempo, Soledad no ha podido evitar continuar sintiéndose culpable por haber hecho que sus hijos vivieran ese infierno: “Como madre me sentí muy culpable, mis hijos me perdonaron, pero yo aún no me he perdonado”.
Soledad y su hijo David no podían más, por eso nuestra protagonista tomó una decisión: romper con su maltratador. Ella sabía que la situación podía ir mal, pero fue peor de lo que esperaba. Los gritos, insultos y amenazas acabaron con una agresión física, un fortísimo empujón que hizo gritar de dolor a Soledad. En ese momento abrió los ojos y llamó a la policía con el apoyo de su hijo: “Los días que yo vi a mi madre de esa manera y el día que la empujó no se me van a olvidar nunca y no voy a permitir que nunca nadie más la toque”. Pese al miedo, finalmente Soledad puso la denuncia: “No tenía fuerzas, tenía tanto miedo… Le dije a mi hijo “David, si no denuncio por lo menos vamos a tener para vivir” y él me contestó: “Aunque comamos mierda, vas a firmar”.
El maltratador de Soledad fue condenado a una pena de 60 días de trabajos en beneficio de la comunidad y la prohibición de aproximarse a menos de 500 metros y comunicarse con su expareja durante dos años. Esto último no lo cumplió: el agresor intentó reiteradamente ponerse en contacto con Soledad para volver con ella, pero sus intentos fueron en vano, ella ya había abierto los ojos y no había marcha atrás. Ahora, nuestra protagonista es feliz y tiene un mensaje claro para todas las mujeres que estén pasando por una situación similar a la que ella ha vivido: “Si yo me he quitado las cadenas, todas vosotras podéis quitaros las cadenas”.